Parece que no es temporada de guaguas a la península de Ancón y cogemos un taxi hacia su magnífica playa caribeña de foto de agencia, de arena blanca de coral rodeada de palmeras reales. El taxista se enrolla, dice que le encanta de España el vino dulce, la leche condensada y el turrón. También tiene un dulce recuerdo de las uvas pasas. Quedamos a la tarde.
Para ellos el agua está fría, pero está más caliente que el Mediterráneo en verano. Lo peor es que el aire mueve la arena y las páginas de mi cuaderno. Solo hay guiris rodeados de vendedores de pizza de ketchup y los jardineros del hotel vendiendo agua y alquilando tumbonas por un dólar. Una señora que dice haber hecho la revolución con los barbudos de Sierra Maestra está indignada y se/nos pregunta ¿para esto la hicimos? Nos cuenta riéndose que su hija se casó con un alemán loco que se trae cristales de Alemania y está acristalando toda la casa. Ya prietos, aparece el taxista simpático.
La señora Betty ha perdido la alegría desde que se fueron los israelitas y dejaron la habitación vacía. Ha contratado a un cocinero para que nos haga pescado. La nena coge alguna comida evitando el pescado y habla de los regalos que sus novios le tienen que hacer en su cumple mientras su madre está boba con la tele. Ésta es la nueva estúpida clase media que vive del dólar. Las estrellaría contra la pared.
Quedamos en La Escalera con Rob y otro amigo artista. Más preocupados por el ron que por el arte, compramos Caney, dicen que ya no hay Matusalen. Ese no es Martí m'hijo ese es Maceo. Le sentó mal el buchito y se cambió de cola como el camaleón. Levanta la cara, que te van a haser una foto pa que tú salgas en el Granma. Aunque el sueldo sea bajo, se prefiere un sitio con búsqueda. Cosas así creo oír entre las risas y las brumas del ron.
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