Junto a la iglesia bautista está el abuelo de los aguacates. Dibujo las chapas de las puertas: CDSL, logos de logías, Solo Cristo salva, flamencos y palmeras, volverán... Vuelvo a desayunar. Siguen con la fruta bomba, que ya le hemos dicho que no nos gusta, que no sabe a nada. Los vecinos vienen a ver la obra. Cuando empiezan con la radial, nos vamos.
Buscando el Museo de Historia de la Ciudad chocamos con el activista cultural Lino Manuel Abel Lobatón que organiza una visita a su jungla. Este prieto hiperactivo charlatán dice tener delirio por los astros. Se declara católico apostólico romano y su casa es un museo del panfleto religioso. Cristo, Buda, Santa María del Cobre y Fidel juegan a las cartas. San Lázaro y Santa Bárbara se lanzan la bolilla del mundo, se arropan con mapas siderales.
En el Museo, muy interesantes los números de prensa manuscrita del XIX de Remedios, El Bobo, el casco y la primera foto del cuerpo de bomberos, algunos carteles y dibujos de estética soviética, el cosmonauta mulatico Arnaldo Tamayo Méndez, trompos, canicas, juegos de niños.
Un chavalín nos lleva a dibujar las casas más antiguas: La del Alférez Real del siglo XVIII y otra del XVII con hermosos artesonados en los techos, tejados volados y columnas en las puertas. No están reconstruidas, se mantienen porque se vive en ellas. Beni se enrolla con la dueña y el niño. Hablan de los barrios de Remedios: El Carmen (el gavilán) y San salvador (el gallo).
En la estación esperamos la guagua de Santa Clara, contemplando, una impresionante galería de personajes como el vendedor de caramelos de naranja y menta de larga patilla y sombrero guajiro. Nadie le compra y se sienta a ver la tele. El mendigo con los dedos de los pies al aire. El viejo de la langosta disecada. El niño del carrito decimonónico. En la ventanilla dicen que esto no es Alemania, los horarios aquí son elásticos. La gente se agrupa. Han vendido más billetes que asientos. Se colocan en el pasillo. Un negrito celoso rodea a su chica. Valles con palmeras, pequeñas casitas de madera pintada de blanco con tejados de palma seca, gallinas. El sol se pone y la hora feliz ilumina el valle de rojo.
Llegamos a Santa Clara. A pesar de la reserva, la señora ha alquilado la habitación. Quiere que le enseñe el cuaderno mientras tomamos un buche de café. Nos ofrece la casa de la vecina, la ingeniera Ana, con terraza a la calle y refrigerador. Se sube a la parra y nos lo baja quitándonos el desayuno. Nos ha preparado abundante cena: sopa, frijoles con arroz, ensalada de aguacate, pescado con patatas fritas, jugo de naranja y frutas.
La orquesta toca en el parque Vidal, que está lleno de jovencitos guapetones y gacelas de culo respingón bailando los temas más famosos de Los Beatles. Estamos cansados. Ni bailaremos ni subiremos al bar de las vistas. Caemos en la cama ya dormidos en el aire.
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