Son casi las ocho cuando amanece en Madrid pues el sol ha de saltar toda esa mole de hormigón y ladrillos que, de igual manera que rocas, montañas y árboles, cogen un color dorado, marrón, rojizo. El bosque de chimeneas y antenas no cobija ningún pájaro que empiece a piar, pero tenemos ese runrún del caucho sobre el asfalto y las sirenas que a Eliseo enloquecieron.
Es a esta hora cuando llega ella de trabajar.
Espectacular. Me gusta ese amarillo que se abre en líneas para escribir la memoria del día
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