viernes, 27 de octubre de 2017

paredes del madrid cutre de 2002



Hubo un tiempo en que se podía vivir en el centro de Madrid. Era cutre y barato y los ricos del barrio de Salamanca ni aparecían. Había tabernas de vino peleón de Valdepeñas, pensiones destartaladas, pequeños comercios, revendedores de entradas de las Ventas y putas que te guiñaban el ojo. A veces tropezabas con un maletilla que dormía en el suelo sobre el hatillo y la muleta bien apretada con las manos. Las paredes estaban sucias, llenas de carteles rasgados sobre carteles rasgados. Los rótulos aún no conocían el photoshop, ni siquiera el diseny. Olía a humedad y a cerveza y a vino y a oreja a la plancha por las calles. Los bares ponían tapas calientes. Sin darte cuenta, pisabas la concha de un mejillón o chocabas con un escaparate flipante con dos hermanos gemelos pintados. Los cristales de los bares tenían churros o calamares o guisos humeantes de pintura y a los palos de las letras les crecían unas pequeñas ramas. Había tiendas de capas, de tornillos, de muelles, de encajes de bolillos, de lanas, de velas, de santos, de forros de libros, de libros viejos, de guantes, de telas por metros, de café, de discos de vinilo. Había relojeros, grabadores, zapateros, ebanistas, fontaneros y guarnicioneros. Billares con gente sin prisas que jugaba o miraba, y cafés donde pasar la tarde de los domingos. En los bares se hablaba en voz alta. Los clientes eran amigos de los camareros. Podías pasar la mañana en la barra. Se jugaba al mus con señas, copa y fantasmeo. Uno parecía entender el mundo oyéndolos.

Eso fue hace muy poco tiempo. Antes de que todo se llenara de tiendas para venderles a esa gente que venía a ver aquello, y ve lo mismo que pusieron en su barrio de Toulouse o Londres, y al mismo precio. Estas fotos solo tienen quince años.

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