Estrujamos nuestros tomates preferidos para extraer su jugo en un tarro y lo dejamos fermentar durante 3 días (¡ni uno más y ni uno menos!).
Las buenas semillas se hunden y las malas flotan.
Al moho malholiente resultante se agrega agua y se vierte varias veces para limpiarlas. La semilla se enjuaga en un tamiz y se pone en un plato para secar.

En general, debemos marcar siempre la planta a la que se refieren las semillas, poniendo el nombre en el recipiente donde las guardamos y el semillero donde las plantamos.
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