La última vez que la vi correteaba tras los caballos de Echo en las llamas de una chimenea de París. Entonces ya era un fantasma con los ojos graaandes, la piel blanca y los labios como un animal acuático que se arrastra entre las rocas. Yo la veía fosforecer entre la gente, a veces parecía tocarme con ese tono semiarrastrado acabado en broma que tenían sus palabras.
Fue su último cumpleaños, aunque no del todo. Cuando despierto resacoso cada nuevo año, algunas briznas vuelan de la mesita de noche y el sol destapa el brillo de sus ojos. Reavivo la chimenea antes de despertar del todo y contrato miles de camiones llenos de cangrejos para que ella llore frente al mítico Pisuerga.
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