Parece muy claro que el ingrediente clave fue el islámico, que Matisse conoció visitando con Marquet, el amigo de toda la vida, la gran exposición de Mónaco de 1910, dedicada al arte musulmán. Ya hubo los primeros contactos físicos con la luz del Magreb, pero no hay duda de que la exposición en Mónaco fue decisiva, en particular porque permitió a Matisse de insertar más fácilmente las nuevas sugerencias formales en la línea de investigación de ese momento. Matisse se había dado cuenta que tenía que encontrar una nueva calibración que, sin someter el color, podría volver a dirigirlo, hacerlo más melodioso y persuasivo, en función de una poética realmente personal. Entonces toma de nuevo importancia el diseño, y aquí mismo actúa el encantamiento musulmán, porque Matisse se da cuenta de que su poética de superficie puede inspirarse de la línea decorativa, por ejemplo, de la cerámica persa o turca tipo Izniky y la exposición de Roma ofrece unos ensayos fascinantes.
Es quizás el momento más ‘formal’ de la aventura de Matisse como el reconoce afirmando “mis cuadros se organizan para las combinaciones de manchas y arabescos” como en su famosa obra “Zorah sur la terrasse” (1912-1913) del Museo Pushkin de Moscú. No se puede olvidar la pasión de Matisse para los tejidos, que tiene raíces en su primera infancia pasada en Bohain, centro de tejido a mano, que se reavivó, para convertirse en constante motivo también temático, a partir de los dos viajes realizados en Marruecos.
Las “arts negre” de Matisse tienen un papel incluso opuesto que en Picasso. Aun en obras “cubistas”, como el retrato de Mademoiselle Yvonne Landsberg, hoy en el Museo de Arte de Filadelfia, Matisse no parece interesado en sacar de la abstracción de las máscaras o de las estatuillas “negre” el significado estructural e intensamente realista, que permitió a Picasso de sintetizar en una sola imagen puntos de vista móviles o variables, sino él quiere utilizarla, más bien, como refuerzo de una opción ‘decorativa’, de un proceso de purificación que resuelve la figura humana en su fantasma formal línea-color.
Las refinadas linealidades “flotantes” de los tejidos chinos y japoneses hubieron un mayor impacto sobre el pintor. Este impacto se materializó nosolo en su pintura sino también en las artes aplicadas, con el vestuario de Le Chant du rossignol de Stravinsky y Diaghilev, coreografía de Massine, estrenado a la Opera Garnier de París en 1920. Matisse – después de las primeras resistencias, incluso cómicas – se divirtió a experimentar en la escena la posibilidad de crear “una pintura con los colores que se mueven” y” estos colores son los trajes”.
Él mismo diría: «Sueño con un arte de equilibrio, de tranquilidad, sin tema que inquiete o preocupe, algo así como un lenitivo, un calmante cerebral parecido a un buen sillón.»
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