domingo, 31 de octubre de 2021

matisse oriental



En su investigación sobre el sentido del espacio, del orden y de la armonía, “Yo tengo que poner orden en mis ideas”, Matisse comprendió que no sólo el juego armónico de los colores puros podía volver a dar un arranque y una energía a la dimensión espacial, saqueada e inflacionada por la facilidad y la indolencia de las prácticas académicas, sino también puesta en riesgo por la fijeza del principio de los colores complementarios defendido por los divisionistas, que aunque habían admirado a Matisse. El Fauvismo, que tuvo su bautismo en el famoso Salón de Otoño de 1905, expresó esta exigencia, y en ese sentido representó la primera ruptura del siglo XX, sin la cual, también los acontecimientos inmediatos, por ejemplo el cubismo, habrían asumido connotaciones diferentes. No es casualidad que uno de los dos grandes cubista, Georges Braque, había experimentado intensamente la liberación del tono de color. Matisse nos muestra la perfección amorosa de las confrontaciones extra europeas, que para desarrollar su poética superficie ‘amplia’ el pintor se acogió, prensil y determinado, con un variado repertorio de formas y morfologías del Oriente y de África; una amplia gama de restos islámicos, africanos, del Lejano Oriente (especialmente japoneses), sino que también les dispensa de acuerdo al lugar que, interpretativamente, estos mundos de la figura ocupan en el trabajo y en la parábola del pintor.

Parece muy claro que el ingrediente clave fue el islámico, que Matisse conoció visitando con Marquet, el amigo de toda la vida, la gran exposición de Mónaco de 1910, dedicada al arte musulmán. Ya hubo los primeros contactos físicos con la luz del Magreb, pero no hay duda de que la exposición en Mónaco fue decisiva, en particular porque permitió a Matisse de insertar más fácilmente las nuevas sugerencias formales en la línea de investigación de ese momento. Matisse se había dado cuenta que tenía que encontrar una nueva calibración que, sin someter el color, podría volver a dirigirlo, hacerlo más melodioso y persuasivo, en función de una poética realmente personal. Entonces toma de nuevo importancia el diseño, y aquí mismo actúa el encantamiento musulmán, porque Matisse se da cuenta de que su poética de superficie puede inspirarse de la línea decorativa, por ejemplo, de la cerámica persa o turca tipo Izniky y la exposición de Roma ofrece unos ensayos fascinantes.

Es quizás el momento más ‘formal’ de la aventura de Matisse como el reconoce afirmando “mis cuadros se organizan para las combinaciones de manchas y arabescos” como en su famosa obra 
Zorah sur la terrasse (1912-1913) del Museo Pushkin de Moscú. No se puede olvidar la pasión de Matisse para los tejidos, que tiene raíces en su primera infancia pasada en Bohain, centro de tejido a mano, que se reavivó, para convertirse en constante motivo también temático, a partir de los dos viajes realizados en Marruecos. 

Las “arts negre” de Matisse tienen un papel incluso opuesto que en Picasso. Aun en obras “cubistas”, como el retrato de Mademoiselle Yvonne Landsberg, hoy en el Museo de Arte de Filadelfia, Matisse no parece interesado en sacar de la abstracción de las máscaras o de las estatuillas “negre” el significado estructural e intensamente realista, que permitió a Picasso de sintetizar en una sola imagen puntos de vista móviles o variables, sino él quiere utilizarla, más bien, como refuerzo de una opción ‘decorativa’, de un proceso de purificación que resuelve la figura humana en su fantasma formal línea-color.

Las refinadas linealidades “flotantes” de los tejidos chinos y japoneses hubieron un mayor impacto sobre el pintor. Este impacto se materializó nosolo en su pintura sino también en las artes aplicadas, con el vestuario de Le Chant du rossignol de Stravinsky y Diaghilev, coreografía de Massine, estrenado a la Opera Garnier de París en 1920. Matisse – después de las primeras resistencias, incluso cómicas – se divirtió a experimentar en la escena la posibilidad de crear “una pintura con los colores que se mueven” y” estos colores son los trajes”.

La búsqueda de la ”armonia cromática” siempre fue el punto de referencia por Matisse, y en este sentido el dibujo pintado o aplicado sobre el tejido de los trajes no podría que ser simple y geométrico, una idea de pura superficie (al igual que en cierta sed del Lejano Oriente) para volver el espacio real de la escena más elástico y pictórico. Y a partir de la sublime “artesanía” de Matisse en esta ocasión de artes aplicadas ya sentimos levantarse el sonido de las tijeras con las que en los últimos años dará vida a los “papiers découpés”, ejemplo extremo, sobre papel colorado, de arte desaplicado.

Él mismo diría:  «Sueño con un arte de equilibrio, de tranquilidad, sin tema que inquiete o preocupe, algo así como un lenitivo, un calmante cerebral parecido a un buen sillón.»

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