viernes, 11 de julio de 2025

cinabrio para la reina roja





Durante el siglo VII, la ciudad de Palenque, Chiapas, vivió un momento de gran esplendor bajo el largo reinado de K’inich Janaab’ Pakal I. Fue entonces cuando se erigieron numerosos palacios, templos y edificios administrativos, entre ellos el templo de las Inscripciones, que acogió el sarcófago monumental del monarca. En 1994, el director del proyecto arqueológico, Arnoldo González Cruz, decidió excavar el templo contiguo. Para penetrar en él se excavó un túnel que partía de la escalinata de la fachada principal y se adentraba en el corazón mismo del templo. Enseguida, el equipo se topó con un corredor que daba acceso a tres cámaras, la mayor estaba sellada con un muro. Tras él había una estancia pequeña y abovedada, de 4,20 x 2,50 metros, ocupada casi totalmente por un sepulcro monolítico de piedra caliza, con varios objetos de cerámica repartidos por la habitación. Allí hallaron dos cuerpos muertos en sacrificio a ambos lados de un sarcófago rojo que había perdido su color y que, sobre su tapa, descansaba un incensario que cubría el psicoducto, un canal que permitía al alma del difunto escapar de su cuerpo y viajar al inframundo. Por este canal su introdujo una pequeña cámara que les permitió distinguir unos restos humanos cubiertos de cinabrio de un vivo color rojo. El interior del sarcófago, resplandecía de rojo: las paredes y el fondo, los restos óseos… Todo estaba impregnado del tóxico polvo de cinabrio. En medio podían intuirse los ricos adornos que acompañaron a la que pronto sería bautizada como la Reina Roja.

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