jueves, 10 de agosto de 2017
cosecha diaria (58)
De los tomates más ricos que encontré en el mercado, seleccioné uno de ellos y lo hice rodajas. Las de la parte central del tomate, las puse sobre un lecho de sustrato en una caja de porexpan de esas que tienen en las pescaderías, debidamente agujereado su fondo, y luego cubrí con una capa más de sustrato, que mantuve húmedo regándolo con frecuencia. De las semillas que allí había, salieron pequeñas plantitas, que más tarde puse en macetas pequeñas y después en la tierra enriquecida con sustrato, humus y algo de estiércol de oveja en el invernadero, pues ya serían tardíos. Largo tiempo crecieron sin dar ningún fruto, lo que me hizo pensar que eran estériles. Pero aguanté y seguí regando. Y aparecieron unos tomatitos verdes diminutos. Ahora el invernadero parece una selva con matas que superan los dos metros de altura, sobrepasando y tapando la estructura que los sujeta, y empiezan a colorearse los tomates, aunque con características diferentes del padre: surcos menos profundos, más grandes y piel más fina. Quizás se deba a que el origen de este tomate viene de una selección artificial del tomate tradicional de la Vega de Almería. O simplemente que la variedad sea muchamiel, y no raf como anunciaba el frutero, que es menos rugoso, necesita de altas temperaturas y fuerte luz, la planta no para de crecer hasta la llegada del frío y no necesita la salinidad del agua que pide el raf.
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