En general, creemos que los astronautas flotan en el interior de la Estación Espacial Internacional (a la que me referiré como la ISS, por sus siglas en inglés) porque en el espacio no hay gravedad. La ingravidez no es el equivalente a la sensación de ingravidez. Y los astronautas experimentan mucho de lo segundo, pero nada de lo primero. Si el espacio no estuviera “lleno” de gravedad (de planetas, satélites, estrellas, agujeros negros…), nada se mantendría unido: la Luna no daría vueltas a nuestro alrededor, ni nosotros alrededor del sol, ni existirían siquiera las galaxias.
Alejarte unos cuantos kilómetros del planeta no va a librarte del efecto de su campo gravitatorio: los satélites más cercanos siguen experimentando una fracción considerable de la fuerza gravitatoria que sentimos en la superficie terrestre. Incluso a 400 kilómetros de distancia, la Tierra tira de la Estación Espacial Internacional (y de sus tripulantes) con el 90% de la fuerza que sentimos en la superficie. Pero los 7.66 km/s a los que se desplaza la ISS son los justos y necesarios para que la estación espacial caiga al mismo ritmo al que el suelo se aleja a medida que la superficie terrestre se curva bajo ella. Cualquier objeto que orbita alrededor de otro está experimentando, en realidad, una caída infinita.
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