jueves, 12 de febrero de 2015
los andes, argentina
Por dos euros el café, montamos la oficina en la estación. Hacemos los deberes y dejamos la propina pues aquí no pagan a los camareros y es obligada. Cogemos el bus a Bariloche.
El viaje se empieza a poner interesante en Entre Lagos, con la vista del Lago Ruyehue y su isla central llamada Fresa por su forma. Y ya entramos en el Parque Nacional de Puyehue, con montañas densas de vegetación, alguna praderita con vacas y árboles que se van desmochando según subimos hasta que llega un momento en que parece un cementerio de árboles, algo flipante. Aparecen ríos con grandes piedras, rápidos y troncos, y alguna cascada como el Salto del Indio. Llegados a la frontera, aparece la arena blanca entre los árboles. De cipreses, arces, cedros, coiues (el árbol de la tierra húmeda) y lengas pasamos a abetos, los pinsapo con florescencias amarillas. Los picos montañosos altos son de roca pura, con algún nevero.
La aduana no se hace demasiado pesada, charlamos con los vecinos de bus que, como muchos chilenos, tocan la guitarra y cantan de maravilla. También nos preguntan por la crisis y se muestran simpáticos.
Luego viene el Lago Espejo y el inmenso Nahuelhuqpí, con capas de montañas y montañas hacia atrás y unas nubes que esconden el sol que quiere salir y a veces lo consigue iluminando una pequeñña porción del lago dibujando sus haces de luz en los collados. Aquel espectáculo de atrás son los Andes, que acabamos de cruzar. Nahuel Huapi bordeando el lago y ahora paredes de altos álamos negros, que hacen de muros contra el viento, hasta San Carlos de Bariloche. Casitas de cemento y tejados de pizarra a la Suiza.
Cogemos un bus hasta el centro. No tenemos tarjeta y el conductor pide que alguien la pase por nosotros. Una señora se ofrece. El hotelito es caro. Muy agradable. La habitación da a un patio abierto. La ciudad está llena de negocios que parece no cierran nunca. Todo el mundo cambia por las calles. Diría que hemos llegado a Andorra.
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