sábado, 23 de febrero de 2013
de villazón a san salvador de jujuy
Cola en Migración argentina, bajo las goteras del deshielo del granizo. Revisan las maletas por encima, mientras que por el pasillo vallado del tren pasan cientos de paisanos cargados a paso ligero. En La Quiaca una explanada llena de montones de mercancías: sacos de harina de trigo, cajones de fruta, electrodomésticos… que cholitas y parientes cargan en sus atos para cruzar el pasillo de la vía del tren. Es penoso ver como cargan volúmenes y pesos superiores a los suyos: tres cajas de fruta, dos sacos de harina de 50 kilos, una lavadora, grandes packs de detergente… especialmente cuando son
mujeres y personas mayores, curvados y con el paso corto y rápido para volver a cargar, con dificultades hasta para mantener el equilibrio. Este lado no es más limpio que Bolivia, donde no hemos visto ni una sola cucaracha ni ningún roedor excepto un conejo. Llama la atención que las bolsas de basura se mantengan en alto, colgadas en los postes o cestas elevadas en las aceras, supongo que para que los perros no las extiendan.
¡Esto es una verdadera semicama! Aquí nos pueden echar kilómetros. ¡Y sobre asfalto, qué lujo! Primer atisbo de civilización: parada obligada de la policía antidroga de Humahuaca. Todo el mundo abajo con sus maletas. Cola de hombres y otra para las mujeres. Pasaportes y maletas abiertas. Finalmente nos dejan pasar sin mirar. No es a nosotros a quien buscan. Las bolsitas de hojas de coca aquí tampoco las consideran droga. Ya en el bus encontramos un bolso en nuestros asientos. Cuando llegamos, una india la coge y la deja en otros asientos vacíos. Va cambiándose de sitio y también su bolso, siempre separado de ella. Creemos que durante el control se ha quedado en el bus. No es asunto nuestro, pero puede meter a cualquiera en un lío.
Disfrutamos del paisaje medio tumbados. Seguimos el curso del Río Grande, una vega fértil con sauces, chopos, álamos negros, fresnos y árboles de la pimienta. También huertas que aquí trabajan con pequeños tractores. Cabras, vacas, caballos y gente montada en ellos. A ambos lados montañas gigantes primero desérticas con cactus grandes como los de la Isla del Pescado, a los que llaman cardón, y con esas formas rugosas que tienen las de Guadix, y luego con dibujos geométricos de textiles. Un paisaje difícil de imaginar: montañas desnudas y de muchos colores enseñando las capas de su refajo en curvas semicirculares o en un extraño zigzag. Es la famosa Quebrada, declarada Patrimonio Cultural y Paisajístico de la Humanidad por la Unesco en el año 2003. Y en primer plano una vega repleta de verde, donde se entreven casitas de adobe recubiertas en las fachadas, cruces de un cementerio o el paseo de algún paisano con la ropa un poco más llamativa. Como la paz en tierra de nadie, entre dos imperios. Es la Puna, donde corren la vicuña, el keú andino y el ñandú, y vuelan el flamenco, la avoceta, el aguilucho y el chorlito.
Según bajamos de altitud y en el mapa, las montañas se van cubriendo de vegetación y la vega casi selvática (bonito de verdad!), la carretera baja en zigzag, hasta que llegamos a San Salvador de Jujuy,
capital de provincia. En la terminal, la gente de las compañías, bastante asquerosa, no nos da norte para acercarnos a Asunción. Finalmente, encontramos a nuestro salvador en la oficina de información turística. Un eficiente funcionario con un estupendo archivo de planos, destinos y horarios de las compañías. Por él nos enteramos que para esa ruta hay que ir a General Güemes, que es como un nudo de carreteras y luego coger la ruta hacia Resistencia o Corrientes (separados por el río Paraná) que están en la frontera de Paraguay. Dejamos las cosas en un hostal cutre y nos recorremos la ciudad. Mucho comercio y mucha suciedad. Muchos coches privados y muy viejos y destartalados . Y lo mejor de Argentina: un sandwich como las chapatas que se apretaba Alfonso a media mañana con un filete de ternera, queso, huevo frito y lechuga (lo llaman lomito); una biblioteca pública preciosa, antigua y bien conservada, librerías estupendas, cafés maravillosos.
En la terraza de la confitería-billares Café dos Chinos, un camarero uniformado y atento nos sirve a lo casino una coca cola y un café con leche con canela acompañado de un vaso de agua de seltz. Dentro juegan al ajedrez y al billar inglés. Hace una noche fresca de verano y no hay mosquitos. Se está bien. Nos apalancamos. Recordamos el cansancio de los últimos días en Bolivia y nos repanchingamos en el sillón, viendo la vida pasar.
Al ratito nos incorporamos a ella y volvemos al hostal paseando por la plaza dedicada al general Bergano, que monta un caballo de bronce con el sable desenvainado entre naranjos, palmeras y parejitas de novios que se besan indiferentes al honor y la gloria.
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