lunes, 10 de septiembre de 2012
panjim-palolem
Me despierta la campana de la iglesia de San Sebastián. Me visto y me acerco a la iglesia, que creía abandonada. Hay misa cantada. El sacristán toca un pequeño órgano mientras cantan una suave canción que acuna, adormece. Por la calle principal pasan pequeños buses cargados de escolares uniformados. Aquí hay muchos sastres, supongo que porque aquí no es tan común el uso del sari.
Voy a la iglesia de la Inmaculada. Techos de madera pintada de blanco cargados de ventiladores. Hacemos la mochila y desayunamos en la terraza. Dibujo los tejados. Cogemos un bus para Margao y allí otro a Palolem. Recorremos la playa. Nos enseñan un hotel muy guiri. Nos inscribimos en otro más sencillo, Brendo, con casitas de madera con baño.
La playa es muy bonita, con arena amarilla y formando una bahía rodeada de palmeras. En el extremo norte hay una pequeña península, con rocas en el istmo. El sol está detrás y los bañistas se ven como siluetas negras en un mar plateado. Nos damos un baño. El agua está caliente. Nos sentamos en un chiringuito de madera junto al hotel. El aire se mueve y se está muy bien ante estas vistas. A las siete de la tarde coge unos colores dorados alucinantes. Las mujeres pasan con sus saris de colores con bultos en la cabeza. Me bebo una King Fisher. Sube la marea. Pasan hombres con grandes piedras en la cabeza y blanquitos sin miedo a aburrirse en este paraíso por dos duros. Esta playa tiene una cara cada hora. Casi a oscuras, juegan ahora al fútbol. Han fichado a dos blancos. Con la luz artificial, los mosquitos se hacen con mis tobillos pasando del Relec extra fuerte. La luz se va y vuelve por momentos y todos los enrollados del hotel que no quisimos han encendido una hoguera y han puesto colchonetas por el suelo.
Estamos relajados. De golpe, oímos un sitar y unos bongós. Es hermosa esta música añadida a este fondo de grillos, mientras se apodera el sueño.
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