Joan conoció a Lluis El General en su cueva de Binigaus, como a casi todos sus amigos. Como aquella rubia despampanante, casada con un rico celoso, que trabajaba de camarera (cosa que nadie entendía) y murió de sobredosis (foto de Joan con ella).
Llegamos temprano a La Mola. Nos sablean en la entrada. Nos marean en un audiovisual que parece realizado por el rumano Valerio Lazarov. Parapetos, galerías, polvorines, cañones que lanzan la munición en espiral. La cárcel que funcionó hasta 1970. Ese lugar siniestro donde fusilaban tras la guerra. El último disparo de sus cañones se hizo en 1991.
Comemos en la terraza flotante del restaurante Minerva de Maó. La comida es muy amena:
La hija de Mascaró es una artista, maneja las manos de maravilla. No le van los negocios. Es muy buena. Su madre le dice que la engañarán.
Hace unas esculturas preciosas de una pasta especial que me gustaría saber fabricar. Un día se le cayó y se rompió una escultura que había hecho a tamaño natural. Estaba tirada en el jardín, cuando pasaron por el chalet dos vecinos de Sant Lluis. Entonces fueron corriendo al Ayuntamiento para a visar de que había un hombre muerto en el jardín de los Mascaró. La policía municipal se personó con celeridad. Sólo encontraron una estatua rota.
Mi padre hacía glosas de la mili. En una ocasión, en misa, iba pasando unas cartas en vez de seguir el misal. Por esta razón el sargento lo arrestó.
-No puede seguirse la misa con las cartas, dijo.
-Claro que se puede, mira: ésta significa tal y ésta cual.
-Y esa, ¿por qué te la has dejado?
-Mi sargento, esa es la sota de oros. Significa que un sargento me ha de arrestar.
Aún recuerdo a mi padre contando esta glosa en verso (una lágrima resbala).
Antes me fumaba dos paquetes de Ducados y un puro diarios. Cuanto más fumaba, más nervioso me ponía y más fumaba. ¡Es un desastre!
Joan va al lavabo. Pido la cuenta. El camarero me dice que está pagada. Le digo que me ha traicionado, habíamos quedado en que yo pagaba. Tú has pagado la entrada de La Mola y la guía, dice. Odio el más mínimo asomo de gorronería. Nos vamos a la siesta. En internet, Moisés sigue exigiendo. Vamos huyendo a Ciudadela por la ronda para salir al otro lado del puerto. En la terraza del Café Balear se está bien, lejos de las preocupaciones.
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