jueves, 8 de septiembre de 2011
papagayo, playa blanca y la verbena de yaiza
Me levanto y salgo derecho a una peluquería, me resulta incómodo el pelo largo con el viento. Mientras espero, dibujo las peluqueras y las clientes. La jefa está preocupada por su papada (de cómo la dibujo) y la ayudante se abrocha un botón del escote. Mucha gente piensa que por dibujarla saldrá en la tele. Me meten la máquina mientras una cliente graciosa y simpática pone verdes a políticos y famosos de las islas. Me he levantado agresiva, dice con esa dulzura canaria.
Me asomo a la playa. Muy poca gente. Me siento en la camilla rodante del socorrista. Mientras voy dibujando, van entrando nuevos personajes a escena que voy colocando aquí y allá según me parece. Dos chavales marroquíes se divierten a mi costa. Alguno lo coloco dos veces. Es divertido, como un juego.
Desayuno continental: café con leche, tostadas con aceite y tomate, frutas con yogur y zumos. Con el coche cogemos el tortuoso camino del Papagayo. En frente la sierra afilada de Los Ajaches, monumento natural. En medio de la nada y el polvo, una barrera. Pagamos tres euros porque mi sobrino no trajo la tarjeta de residente. No se paga por pasar, se paga por el coche.
Playa Papagayo es un trocito de arena fina color albero encajonada entre paredes basálticas magento-violetas y con muchas rocas picudas al borde del agua, muy al estilo del Cabo de Gata pero con una arena más fina y amarillenta, y con más gente. Me meto en el hueco de una pared de roca que tiene buen asiento y me pongo a dibujar. Creo que sin un cuaderno sólo podría estar recogiendo piedras a lo Molloy. Aquí al fondo, a la derecha, con coleta y bikini negro, podéis ver a Beni y un poquito más atrás, dentro del agua, a Miguel Ángel.
Por la tarde siesta y caminata por el puerto (grandes barcos llegan de Fuerteventura), el jardín marciano de cáctus y otra playa entre palmeras, llena de hamacas de las urbanizaciones cercanas. El sol pierde fuerza entre la bruma del horizonte y se queda como un disco rojo. Luego se acuesta.
Después de cenar, decidimos ir a las fiestas de Yaiza. Llegamos a los últimos temas de un concierto de música folclórica canaria. Hay mogollón de músicos con guitarras, bandurrias, guitarras enanas y percusión. La gente ha abandonado las sillas y se ha puesto a bailar. Hay un ambiente provinciano que me gusta, sin guiris, muy en su salsa, divirtiéndose para nadie. Beni y mi sobrino se ponen a bailar y yo me siento en el respaldo de un banco a dibujar al ritmo de la banda. La plaza es bonita, hay palmeras y árboles de la pimienta con las ramas caídas como guirnaldas. Cuando cambian de grupo, me bebo unos digestones de limón mientras ellos comen pulpo. Hoy no conduzco. Charlamos en una mesa. Miguel Ángel nos cuenta cosas de Senegal y sus proyectos de futuro. Es un menda muy agradable y se está a gusto con él, sin vueltas, sin problemas, fácil.
A las dos pensamos que ya son horas si quiere currar domani matina. Salimos malamente retirando vallas. Puede que el viernes volvamos.
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