domingo, 14 de agosto de 2011
15may09 hanoi
Desayunamos con un grupo de franceses. Al salir, la calle tiene un aire irreal, exótico. Está tranquila. Vemos la exquisita casa de un comerciante chino y el templo budista de Bachma. El guardián nos invita a pasar. Atiborrado de grandes letras chinas de madera. Es una mesa electoral que están decorando con jarrones llenos de flores. Pequeña y familiar Puerta del este. Aceras anchas en Pho Hang Ma. Mercado de Pong Xuang, cruzamos las vías del tren. Zona militar, no fotos. Descanso en la pagoda de Quan Thanh, reconstruida en el sXIX, con un gran buda de piedra de cuatro metros. En el patio, una bandera grande con el signo chino de norte, los dos hombres sentados dándose la espalda. Espectacular la iglesia católica de Cua Bal.
Un poco el sur, la Pagoda del Pilar Único, una pequeña y bonita pagoda sobre un pilar anclado en un estanque. Cuando me pongo a dibujarla, mogollón de adolescentes peligrosas me rodean. Por mucho que lo intente, es difícil superar el dibujo de la etiqueta de barritas de incienso. Al lado, un edificio espantoso de hormigón que es el Museo de Ho Chi Ming.
Hacia el sur, paramos en un café chulo en los bajos de un edificio colonial francés: Café Dragón. Nos tomamos un té vietnamita frio. Usan la palabra china cha. Es de hojas verdes crudas y tiene un sabor especial. Dos guiris se dejan el macuto y la camarera sale corriendo a buscarlos. Bajamos al Templo de la Literatura, dedicado a Confucio y primera universidad del país (1076). Tejados impresionantes sobre columnas lacadas en rojo. Oímos las explicaciones que un guía da a un grupo de franceses. Un monje, encaramado a un tejado, hace fotos.
Volvemos por el mismo camino hasta el Lago del Oeste. En la orilla, nos sentamos en la terraza de un restaurante de pescado (Nhàhàng Long Vú). En frente, la Pagoda Flotante y los patinetes con forma de cisne que empiezan a llenar el lago. Beni pide un pez. Yo miro alrededor y veo que todo el mundo tiene delante una cazuela de caracoles, los pido. Los ponen al vapor con un platito de sal, limón y guindilla. La salsa tiene gengibre, cilantro y hojas de algún arbusto. Están mucho más ricos sin salsa. Son unos caracoles blancos y muy grandes y creo que es el plato estrella, les llaman Ôc châp y están mucho más ricos con salsa de limón (ôc châp láchanch) que de gengibre. De éstos nos comemos otra cazuela.
Cuando el sol se pone naranja detrás de los juncos y el cielo se pinta de rosa, pillamos un taxi al hotel, que negociamos por 30.000. Al llegar nos pide 45.000, me tantea un poco y me da buena vuelta.
Hanoi por la noche es alucinante. Todo el mundo está tomando el fresco en la calle. Familias enteras o amigos jugando sobre una esterilla. Viva, alegre ¡cómo nos gusta! La gente bebe cerveza y pide los pinchos a las mujeres que se ganan la vida con una pequeña parrilla con ascuas. Alrededor del lago se está fresquito, nos sentamos en la terraza de un café lujoso lleno de vietnamitas arreglados. Ellas están especialmente guapas. Pedimos cafés y dulces. Tienen un cartel precioso con dos caras de astronautas rusos y un cohete lanzado al espacio. ¡Esto es vida!
(Eso también piensan las ratas que se comen los restos de comida en los platos amontonados).
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