El lobo feroz de los iberos era aún más feroz, para que los héroes fueran aún más héroes y tuvieran un puesto de honor en la acrópolis y también en la necrópolis, por haber librado a la comarca de su monstruo. Ellos los pintaban con dientes afilados y larga lengua. Su cuerpo estilizado y musculoso, las orejas atentas, siempre en movimiento y, a veces, con alas. Aparecen repetidas veces en sus cerámicas y en los grupos escultóricos de sus túmulos. Arthur Engel y Pierre Paris, a fines del XIX, empezaron a llamarlo carnassier, que nosotros podríamos traducir como carnívoro o, más bien, como depredador. Más que un lobo, como el de mi infancia, era un mito.
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