El arzobispo Jean de Lagrange mandó hacer al escultor Pierre Morel un sepulcro sin precedentes para la iglesia monástica de San Marcial de Aviñón, donde sería sepultado a su muerte en 1402. En él está representado dos veces: una, con sus solemnes vestiduras eclesiásticas, y otra como un macabro cuerpo desnudo y ya cadáver en proceso de descomposición. A este último tipo de representaciones se les ha denominado de transi, una acepción de deceso o muerte, y es una forma especial de escultura funeraria que llegaría a ser muy popular en el norte de Europa a principios del siglo XV. Estos monumentos funerarios son usuales en Gran Bretaña, pero también se los puede ver en algunas iglesias italianas. La macabra escultura que nos ocupa fue su origen, ya que anteriormente solo aparecían los cuerpos yacentes, pero jamás los cuerpos desnudos en descomposición.
Es paradójico que este proceso de putrefacción haya quedado parado en el tiempo al ser una escultura en piedra, cuya durabilidad podría parecernos eterna (si bien es cierto que ya ha perdido un brazo y los dedos de una mano, y la piedra cogió una pátina poco menos que sospechosa).
Este transi era un recordatorio de la fugacidad de la existencia, la inevitabilidad de la muerte para todos, por muy ricos que fueran aquellos que podían pagarse tal sepulcro. Era una señal de contricción y humildad.
Parece decirnos: Pues polvo eres, te convertirás, como yo, en un pestilente cadáver. Y con la dualidad de figuras: Así te ves, y así te verás. Pensamos en los horrores en que se basó el artista, algo quizás muy común en aquella época marcada por la peste. Tampoco dejamos de recordar aquella macabra inscripción que leímos en la puerta de la Capilla de los Huesos de Évora: Nós ossos que aqui estamos, pelos vossos esperamos.
Faces. Una historia del rostro, de Hans Belting. Akal 2021
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