humo

Es una celebración tumultuosa. Todos visten elegantemente. Hay muchos españoles, pero también muchas mujeres de piel oscura vestidas con sari, con una mancha roja en el entrecejo, y acompañadas de hombres con trajes blancos sin cuello y un gorrito de barco. Surge una oportunidad en que tengo que pagar en rupias unos tres mil euros, que no tengo. Nos dicen que enfrente hay una oficina de cambio. El sitio es bastante cutre: suelo de cemento, paredes desconchadas con colgajos de cartón, tiras adhesivas para las moscas... Afortunadamente, delante del mostrador apenas si hay cola. Voy acompañado de algún conocido. Cuando me toca, cierran la ventanilla con un trozo de cartón en el que pintaron una frase ininteligible con bolígrafo. Mientras esperamos a que abran otra vez, viene un grupo muy numeroso de mujeres y hombres engalanados haciendo bromas en español. Cuando vuelven a abrir la ventanilla, tratan de colarse. Cojo la barbilla a la chica y le digo: acabas de llegar, guapita. La piel de su barbilla es de una suavidad impresionante. No hablo el idioma nativo. El que me acompaña hace gestos incomprensibles a los dependientes y nos ofrecen un papel con una cifra. Me parece poco dinero a cambio, le digo a mi compa, no llevo el móvil, ¿por qué no miras en el tuyo cuál es el cambio oficial? Parece que no está dispuesto. Doy un golpe en el mostrador ¡Son tres mil euros, mucho dinero! le grito. Después de hacer unos cálculos, van a la trastienda y me sacan un cartón y medio de paquetes de tabaco con los colores de la bandera inglesa. ¿Pero qué es esto? Yo no fumo. Me pongo muy nervioso. Con las manos temblorosas, abro un paquete, saco un cigarro y lo enciendo. Todos me miran satisfechos cuando exhalo la primera bocanada.