Recuerdo aquella vez en que, tras meses de trabajo intenso, mi ceramista borrachuzo, aunque me había jurado que el día de la cocción no bebía, borracho como una cuba, acabó carbonizando toda la producción, docenas de piezas que quedaron ennegrecidas y pegadas las unas a las otras, como en Pompeya, irrecuperables.
Otra vez en que las había barnizado con una espesa capa de plomo, solo logré producir una capa vitrificada espesa, brillante y traslúcida, de una fealdad repugnante. Para tratar de arreglarlo cocimos las piezas otra vez, a la temperatura máxima, y mis obras se fundieron, se convirtieron en arena, nada.
También perdí cerámicas en África cuando no teníamos leña para cocerlas, y quedaron a la intemperie hasta que la lluvia las dejó convertidas otra vez en barro. Y en Durtal en Sharte (Loira), me había pasado el día entero trabajando en un mapamundi esférico. Lo guardamos bien protegido y seguro. Me fui con la idea de regresar tres días después, para continuar con el color, etcétera. Cogí el coche para ir a la estación, contento y feliz. No había aún subido al tren cuando me informaron de que la gran esfera se había roto en pedazos. Tal cual.
También en Vietri, después de una larga semana de preparativos para la capilla de la Catedral de Palma, sobrevino el desastre. Ese día filmaban, y todo iba casi exageradamente bien. Los peces y los pulpos aparecían sin apenas esfuerzo, como champiñones en cámara acelerada. De repente, en la película se ve que me quedo parado y concentro la mirada muy fija en la pared de arcilla húmeda. Una fina fisura, casi imperceptible, empieza a crecer, intento frenarla. ¡Imposible! Al cabo de cinco minutos se ha caído todo al suelo y me pongo a patear aquella masa de barro que se extiende por todo el suelo. No se entiende lo que digo,y mejor que sea así.
Podría consolarme pensando que las mejores se han ido, convertidas en humo... O al contrario. Aunque no sea verdad. De hecho, ahora me ocurre que acabo apreciando estas obras cuando han pasado un par de años. Como sino las hubiese hecho yo.
Miquel Barceló en su cuaderno de Kiwayu.
Las fotos, así como el texto de Barceló, han sido extraídas del catálogo de la exposición.
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