Las aldeas de tribus indígenas han visto morir en menos de un año a más de 200 ancianos, víctimas del Coronavirus. Semejante mortandad traza una catástrofe social: la presencia de los indígenas más longevos es condición inseparable de la gobernabilidad de esas comunidades; e incluye la transmisión de conocimientos sobre plantas y curas de enfermedades, sus historias comunitarias, sus lenguas propias y rituales. La ruptura de esa configuración, apuntalada por los más viejos, representará el fin de muchas de las comunidades menos numerosas, especialmente aquellas que, hasta no hace mucho, se mantenían "escondidas" del "hombre blanco". Datos oficiales indican que hay 114 grupos de indígenas que aún permanecen aislados.
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