Es una fiesta rara, sin alegría. Las calles están desiertas a pesar del sol. Llevamos encerrados una semana y solo oímos los pájaros del patio, más que nunca. Comemos lentejas, como si nada hubiera que celebrar. Nos asusta el sonido del timbre. Una amiga y vecina que va a trabajar a la residencia de mayores está en la puerta. Tratando de respetar el metro de distancia, alarga el brazo para acercarme un paquete forrado con papel de aluminio. Al abrirlo, medio reímos medio lloramos de felicidad. ¿Qué más se puede desear ahora que una deliciosa tarta casera de cumpleaños?
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