Esta clásica pastelería con obrador propio, con ya 126 años, de la Puerta del Sol, y cuyo nombre le viene por el origen de sus tres socios fundadores, tiene en el piso superior un hermoso salón con ventanas a la calle desde las que observar la vida de la plaza y un precioso mobiliario donde poder tomar café sin prisas con algún dulce. Demasiado a menudo hay que esperar un poco para tener mesa. El servicio es bueno. Muchas personalidades han pasado por su salón de té. También tuvo tertulia de libros. Tiene sucursales en el Rastro y en la calle Velázquez, que jamás he visitado.
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