Desayunamos en la plaza arbolada de la Glorieta, centro de ocio de los ilicitanos. Hago una acuarela rápida en el desayuno, aprovechando que tengo paz y mesa, en un bar con un logo en que aparece la chistera y la barba de Lincoln. Entre árboles y arbustos puede verse una reproducción de la Dama ibera y un angelito sobre la fuente, que supongo tiene que ver con el
Misteri. Le pregunto a la camarera por el
chopo ilicitano que dicen está aquí, pero me dice que a
quí no hay ninguno, según su información recabada a
alguien de Sanidad, y que para verlo tendré que ir al camino del pantano. En el escaparate de las pastelerías hay unos extraños bichos con un huevo en la boca que llaman
la mona. En un rincón de la Plaza de Baix hay una torre, la Torre de la Betlla, con reloj y con un campanario de dos pisos con sendos muñecos de madera, Miguel y Vicentet, del siglo XVIII. Atravesamos el gran arco del Ayuntamiento y vemos el hammam árabe encontrado en las obras para el nuevo mercado, y que incluye un refugio antiaéreo del 38. Atravesamos el río por un puente metálico blanco, que están pintando, y entramos en el nuevo Mercado Central provisional, a la orilla del río. Hermosas pescaderías y fruterías donde nos llaman la atención ese color morado de los erizos y esos extraños peces lumpen que entran en lo que llaman
morralla, todos aquellos despreciables que entran en la red y que se usan para los caldos y guisos. De las fruterías, esa especie de mano verde del que crecen hojas que es la raiz del hinojo, o la
nabicol, que se echan a las ensaladas, la extravagante zanahoria morada y el tamaño de los huevos de oca. Aprovechamos la barra del bar mirando al río para dibujar las vistas hacia la Basílica de Santa María con su torre almenada y su cúpula de cerámica vidriada azul marino con nervios color cereza.
Cruzando el siguiente puente, llegamos al Palacio de Altamira, el nuevo edificio del Museo Arqueológico y de Historia, que se despliega en los sótanos de la plaza, y el gracioso edificio de la Oficina de Turismo que recuerda los de las expos universales de principios de siglo, una versión modernista de las casitas del portal de Belén que sirve de entrada al Parque Municipal, plagado de palmeras. Nos sentamos junto a Johana, una canadiense naïf que pinta al óleo el edificio. Queda decepcionada a pleno sol cuando ve que yo me lo liquido demasiado pronto y que ya nos vamos. Comemos en un restaurante de kebab donde solo disfruto del
cacir, una crema super refrescante de yogur con pepino. Descansamos un poco en el hotel y cogemos los archeles para nuestra cita con los dibujantes callejeros.
Finalmente, sí hay un chopo ilicitano en la plaza, y otro en la cerca del Hotel del Huerto del Cura, bastante bien cuidados.
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