sábado, 13 de abril de 2019
dibujando entre dibujantes
Sucede que en estas reuniones de dibujantes acaban unos dibujándose a otros, porque así, en multitud, pierde uno la invisibilidad. Yo también lo hago, pues quiero conocer a la gente que se dedica a esto de los cuadernos. A través de los retratos asocio las caras a sus nombres. Y la cosa es que, como no para de llover, no nos queda más remedio que meternos en los soportales y dedicarnos a nosotros mismos. Todos ellos tienen la insana costumbre de dibujar a lápiz y luego volver a dibujar, por lo que lo hacen dos veces. Es algo que aburre soberanamente.
En un claro, paseamos por el Parque Municipal, un estupendo palmeral que llega hasta el cauce del río. El palmeral de Elche es el mayor de Europa, su origen es árabe y la mayoría de las palmeras son datileras, aunque la mayoría no dan buenos frutos, y otras muchas están infectadas por la larva del escarabajo picudo rojo. Visitamos algunas palmeras singulares y luego, bajando escaleras, llegamos a la parte baja, que tiene un nostálgico aspecto de abandono y utilizan las parejas para besarse. En un claro abierto como recinto ferial, puedo meter en el cuaderno las palmeras alejadas, pues son tal altas, que los troncos no dejan ver el bosque. Nos cuentan que está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en el 2000, como un legado de la cultura medieval musulmana, lo cual se refiere a los huertos, con sus sistemas de norias, acequias y palmeras; y no al palmeral como parque sombreado para pasear, como lo es éste.
De vuelta a la lluvia, nos refugiamos bajo los soportales de la Plaça del Palau, en una terraza rodeada de plásticos, desde donde se ven las palmeras del parque y el Palacio de Altamira. Saludo a una cuadernista local que dibuja al lado, pero no tiene ningún interés en relacionarse con extraños. Ayudo a Beni a hacer sus dibujos marcándoselo a lápiz, que luego repinta con lapiceros gruesos de cera. Quedan bastante chulos. Este cuaderno conjunto está quedando mucho mejor que el mío.
Cenamos como el culo en una franquicia llamada Lizarrán, unos pinchos de ínfima calidad. Esperemos que para próximas manducas los locales nos asistan.
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