Tiene algo de clandestino un bar donde no se ve la calle y nada se ve de dentro desde la calle. Tiene algo de arriesgado entrar en un sitio tan pequeño y tan blanco, y donde todos ya se conocen. Sin embargo, me he sentido bien, como de visita a una familia hospitalaria y amiga. Rosi me puso una fresca cerveza con un plato de guiso de asadura y cebolla, y todos dejaron que los dibujara como si nada. Pepe, Cristina, Ángela y Ana subidos a esas sillas artesanas. Me dejaron entrar un rato en su vida y yo, agradecido, lo viví como quien asiste a una buena obra de teatro.
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