jueves, 15 de noviembre de 2018
de dimitsana a esparta
Amanecemos colgados de la montaña, en Dimitsana. Desde el balcón tenemos enfrente su alfombra de colores, la garganta del río Lousios abajo y un montón de siluetas de montañas cada vez más azules hasta confundirse con el cielo. Recorremos sus calles de piedra y sus casonas del siglo XVIII. Desayunamos en el mirador junto a la torre de la iglesia (por estos lares separadas del edificio). En el coche partimos hacia Trípoli por bosques de abetos. Poco antes de Butiva seguimos encajonados bordeando un río, junto a arces amarillos. Una parada en un sitio tan especial, con grandes árboles que abrazar y una pequeña ermita.
Los griegos conducen de una forma especial. Al ser un país muy montañoso, el noventa por ciento de las carreteras tienen una doble línea contínua en el centro, lo que prohibe adelantar. No existe la señal de prohibido adelantar, se basa en las líneas centrales. Si hay arcén, los coches más lentos circulan por él. Cuando alguien te quiere adelantar, debes retiarte hacia él, pues de todas formas te adelantará inundando el otro carril, que puede estar usándolo un coche en sentido contrario, con gran peligro para todos. Entonces, lo mejor es retirarte. Si no hay arcén, debes acercarte a la derecha, pues usarán el centro como si existiese un tercer carril. Sobre los límites de velocidad, no se respetan, aun con la amenaza de las cámaras. En general, no se respeta ninguna señal. Todo el mundo aparca donde quiere y para en cualquier sitio. Apenas si hay policía, y cuando la hay, te avisan con la luz larga.
Cogemos la autopista a Sparta, o Sparti como dicen ellos (las autopistas cuestan dinero, pero te ahorran mucho tiempo y mucho riesgo). Solo aquí encontramos huertas y viñas, algo que no sean olivas. Entramos en un extenso valle rodeado de altas montañas.
Sparta es un pueblo grande sin apenas turismo, pues sus yacimientos son pobres, ya que se usaron sus piedras para la construción de Mystra, a siete kilómetros. Es, pues, un lugar tranquilo con bastante comercio, bares y restaurantes, y también hoteles. Nosotros paseamos por su bulevar central hasta la estatua de Leónidas y su estadio. Solo aquí encontrarás una tienda que venda su pasado. En realidad vende objetos de diseño basados en el clásico casco espartano, reinterpretaciones esquemáticas de las estatuas y otras cosas con gracia. Justo detrás está la vieja Sparta, donde lo más comprensible es su teatro. El camino está flanqueado por unas olivas milenarias impresionantes. El Museo Arqueológico, cerrado cuando llegamos, tiene un jardín bonito con fuente lleno de columnas y estatuas romanas, que los niños tocan.
Por la noche empieza a hacer frío. En la habitación encendemos la calefacción.
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