sábado, 14 de abril de 2018
las dos orillas del tajo
Hago a los alumnos de la Escuela Secundaria de Artes una apología del boceto mostrando los trazos de grafito, las manchas corregidas y los chorreones del Guernika de Picasso. Les digo que es el último de una serie de esboços y que lo esencial está en la idea, que es lo que importa. Que una técnica depurada puede ser chata, enchata, tediosa. El cuadro muestra un bombardeo a civiles, pero también la actitud del autor ante la obra: su velocidad, su obsesión convulsiva y, sobre todo, su libertad. Picasso nâo tem medo. Les doy un cuaderno para que se dibujen unos a otros rápido, en unos minutos. Que usen distintos materiales y que insistan las veces que haga falta sobre el mismo tema hasta que se sientan satisfechos. Trazos gruesos, deprisa, sin usar lapicero, les digo, mientras las más guapas trastean con los teléfonos móviles. Les hago retratos de esos de un minuto y ellas se colocan haciendo poses y fijando descaradamente sus ojos de puma. El más aventajado es Helenio, al que dibujo con sus rastas. Hace sus dibujos sin levantar un rotulador fino del papel dando vueltas como un reflejo en el agua.
Por la tarde, extrañamente sin lluvia, paseamos por las dos orillas del Tajo con Francisco a la busca de restos de la antigua vida alrededor del río: pedreras de caliza, hornos de cal, palomares, viejas barcas, pescaderías (unos muros de contención para conseguir un remanso donde pescar), puertos de pescadores, muelles, molinos, caminos de sirga y el canal de Alfanzira, un proyecto de Felipe II para hacer navegable el Tajo hasta Toledo y cuyas obras se iniciaron en Abrantes dejando restos de una canalización pararlela al río. Solo queda el corcho. Ya no hay paja, ni cal y el río está contaminado. Nadie quiere pescado en los restaurantes a pesar de que venga del mercado de Lisboa.
En la orilla norte el cais de Acostagem extrañamente interpretado por un arquitecto, Río de Mohinhos con referencias al transporte fluvial, los hornos de cal llegando a Barcas de Pego (desde donde pasaban en barca a Pego, en la orilla sur), viejas barcas aún con remos, redes rotas, viejas casas de pescadores, un martín pescador herido que no puede volar, la oliveira milenaria de Moriscas y todos sus compañeros, Pego y su orilla con caballos, las ovejas de Francisco, los viejos alcornocoques, espinos y lodâos, los restos del puerto de pescadores y el enorme y centenario fresno abierto como la cola de un pavo real, orgulloso, gigante.
El sol cae y llena el río de colores violetas. Hoy la cena será en Pego, a base de petiscos. Francisco nos tiene preparado algo especial: la fiesta semanal de bucho e tripas, una fiesta en que participa todo el pueblo alrededor de la comida de la matanza, rememorando el día en que se mata el cerdo. El plato principal son tripas cocidas con la sangre, aunque también se comen chorizos, morcillas, salchichas, chorizos de pringue y carne de cerdo, todo a la brasa, y mucho vino tinto. Hay familias enteras ocupando los tablones que hacen de mesas y el nivel de decibelios supera al de los bares españoles. El ambiente es de máxima alegría. Dibujo en el mantel a los chavales de al lado e iniciamos una relación cordial con su familia. Cuando salimos solo hay pequeñas luces. Todos los hermosos paisajes en los que hemos estado han desaparecido en la noche.
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