sábado, 13 de febrero de 2016
el carmo
Lisboa nunca gustó de ruinas. O las corrige con piedras nuevas, o las arrasa de una vez para construir edificios rentables. El Carmo es una excepción. La iglesia en general, está como el terremoto la dejó. Se ha hablado algunas veces de restaurarla y construirla. La reina María I fue la que más adelantó en la obra nueva, pero, o porque le faltaba dinero, o porque flaqueara la voluntad, el caso es que en poco quedaron los añadidos. Mejor así. Pero la iglesia, dedicada por Nuno Álvares Pereira a Nossa Senhora do Vencimento, ya había pasado y volvió a pasar por miserias varias después del terremoto: primero fue cementerio, luego vertedero público de basura y por fin caballeriza de la Guardia Municipal. Hasta siendo caballero Nuno Álvares, se le estremecerían los huesos al oír desde el más allá los relinchos y las coces de los animales. Sin contar con otros desacatos de necesidad.
En fin, hoy las ruinas son museo arqueológico. No particularmente rico en abundancia, pero sí en valor artístico e histórico. El viajero admira la pilastra visigótica y el sepulcro renacentista de Rui de Meneses, y otras piezas de las que no hará mención. Es un museo que da gusto por muchas razones, a las que el viajero añade otra que mucho aprecia: se ve la obra trabajada, la señal de las manos. Hay quien piensa como él, y eso le da el gran placer de sentirse acompañado: en dos grabados de 1745 hechos por Guilherme Debrie, se ve, en uno de ellos, la fachada del convento, y en otro, un alzado lateral, y en ambos aparece Nuno Álvares Pereira en conversa palaciega con hidalgos y frailes. También allá está el cantero trabajando la piedra, teniendo a la viste regla y escuadra, que con eso se ponían en pie los conventos.
Viaje a Portugal de José Saramago, 1995
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