Al joven Dorgeville no le había sido acordada la gracia corporal: sin ser desagradable en absoluto, tampoco poseía esos dones físicos que valen a los de nuestro sexo la nombradía de "buen mozo". Sin embargo, lo que perdía Dorgeville en este aspecto, le era compensado en otro por la naturaleza: bastante ingenio, más valioso a menudo que el mismo genio, un alma asombrosamente delicada, un carácter franco, leal y sincero; en una palabra, Dorgeville poseía en gran medida todas las virtudes propias de un hombre honesto y sensible; y en el siglo que por "entonces se vivía" era más que suficiente para estar convencido de ser desdichado toda la vida.
Marqués de Sade. Dorgeville o El criminal por virtud. Rodolfo Alonso editor, Buenos Aires 1970
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