Coches, colectivos, taxis, buses, metro con ruedas de goma. Partículas que se agarran a la nariz, a la garganta. Gente y gente por las peatonales de La Moneda. Ciegos tirando de los carrillos, puestos, puestos, puestos. Cantantes y carabineros, se acabó el carnaval, se acabó el general. Departamentos con albercas, limpiabotas con ofertas, el pito del ciego, los niños del rap, la bachata dominicana, tarjetas con cuotas, agua con sabor, tanto gótico que creí en el Socialismo infeliz se me está acabando la paciencia y sale jugo de la guitarra por La Alameda Allende saluda y los perros cojitos sin nadie a quien ladrar.
Huesitos con mote, poleras del Ché con un puro en la boca y la ese de supermán y ponchos rayados bailando en las esquinas llenas de cajeros haciendo sonar las espuelas. Los fármacos de Alcobrand, los audífonos a un luca, una colección de pinos perfumados en el retrovisor del colectivo, pañuelos ecuatorianos, maníiii trequalllluca, un perro dormido bajo el quiosco de empanadas de queso en papeles amarillos, pendraialucaa, esculturas rayadas a lo selknam, helados en el semáforo, parejas sobre el césped, el ají ataca a punto sobre un franciscano aplaudido y una casa de torturas con nombres en los adoquines tranquilos que suenan a noria y a pesadilla jugando a las damas bajo un sol aterrador. Un sueño que se va en las cuotas cuando pisas el botón verde. Que se estruja en el metro donde las niñas cansadas de uniforme se duermen. Y ya no dejan el asiento a la viejita los jóvenes del selular.
Y usted ingeniero ¿dónde trabaja?
Unas gotas de café para el mendigo del Starbucks Company.
Entonces mi hermano Juan apoya su brazo sobre mi hombro y me dice que lo he hecho mal.
Rematadamente mal.
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