El Parque Nacional Torres del Paine fue creado en 1959 y ocupa una superficie de más de 227.000 hectáres. Entre la estepa y el matorral preandino, destaca la cordillera Paine, y dentro de ella las Torres, una formación de tres agujas de granito, de un color canela en contraste con el resto negruzco azulado, que llegan a una altura de 3.050 metros, la montaña más alta del parque.
Recorremos sus lagos, ríos, cascadas, siempre con la presencia del macizo: el Cerro Paine con su cumbre cubierta de un manto de nieve perpetua de más de cien metros de grosor, los Cuernos del Paine con el Cerro Fortaleza y el Monte Almirante Nieto. Paseamos por la orilla oriental del Lago Grey y vemos su glaciar. Hay que agarrarse para que el viento no te lleve, me hace difícil dibujar. Visitamos el Lago Sarmiento, la Laguna Verde, el Lago Toro, los ríos Soriano, Grey y Paine. En una terraza a orillas del Lago Pehoé nos hacemos unos bocatas de queso y jamón cocido con palta y luego nos apretamos media sandía. Caminando hacia una cascada, vemos un grupo de armadillos, el peludo ciego dicen, un extraño animal con anillas peludas, cabeza triangular y patas pequeñitas que se enrollan haciéndose una pelota. Resultan ser unos simpáticos animalillos a los que no molestan la presencia de humanos. También vemos águilas, guanacos y ñandús, algo parecido a un avestruz, pero sin esa fama de huir de los problemas.
También visitamos una cueva glaciar donde se encontraron huesos fósiles del milodón darwini, un perezoso herbívoro extinguido hace 10.000 años. Allí pueden verse los restos arqueológicos encontrados por un ovejero: un trozo de piel peluda y otro de fémur.
Al volver, visitamos el puerto pesquero y la costanera. Tomamos un té frente al lago, canal o lo que sea que vieran aquellos cansados guerreros. Los cisnes de cuello negro, un pingüimo varado. Subimos Bulnes con sus casas de colores, sus negocios. En casa, encendemos la calefacción. Un viento fuerte parece que levantará el tejado. Nos acurrucamos bajo las mantas.
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