miércoles, 18 de febrero de 2015

la carretera austral hasta la junta


Nos despierta la rapaz marrón. Paseamos por el pueblo con los dos perros de la casa. Hago dibujos de las casas chulas, la iglesia de madera, alguna curiosidad. Comemos temprano, para coger el micro, en el comedor de Dany, que siempre sonríe.

Hay un boleto más que asientos en el micro, y asientan a un chico en una maleta. Las mochilas las suben a la vaca y otras van en el pasillo. Un papá jovencito pide a la familia que se despida con las manos para digitalizar el momento. El interior es de juguete, no me caben las piernas. La carretera está súper seca, todos los vehículos levantan una nube de polvo, que entra por la ventanilla. Lo peor viene cuando uno de esos grandes camiones se cruza.

Pasamos por praderas con granjas de vacas y ovejas cercadas y ese muro de álamos gigantes que corta el viento. Las vallas se hacen con maderos y, a veces con troncos gruesos. Hay trozos de alfalto y otras de chinatos. Seguimos el cauce de los ríos, el lago Yelcho, pasamos puentes, botamos y, finalmente, llegamos a La Villa de Santa Lucía, que es un pueblo parecido a Futaleufú, pero más desorganizado, más trastolero.

El bus se acaba de ir. La misma historia en todos los pueblecitos de esta zona: solo hay un bus diario y, ahora en verano, ya están ocupadas todas las plazas, entonces hay que quedarse otro día o dos. Así se avanza muy poco. Decidimos hacer una hora de dedo y, si no nos cogen, dormir en el pueblo.

Tremendo fracaso. Nos dicen que las chicas jóvenes tienen siempre éxito; pero ¿quién va a coger a este viejo barbudo? La señora de al lado dice que va a llamar para que la busquen, le propongo pagar la nafta a medias. Hasta las seis y media no puedo localizar a nadie, nos dice. Aguantamos, pero no localiza. Buscamos hospedaje. Lo hay en la casa desde donde sale el bus. Este bus no adelanta boletos, se va quien antes llega. La casa muestra su enrejado de madera, lo demás se diría cartón y chapa.

Viene la señora, que hacía dedo junto a nosotros, con un trato hecho para ir a La Junta con un micro, a medias. Aunque al precio es el de una noche de hostal, aceptamos. Más bosque austral, ríos empedrados, rápidos, puentes, el río Palena. Esta parte de la carretera no es tan dura. Se pone a llover.

Compramos los boletos para pasado mañana, para mañana está todo completo, dice la de la agencia Tierra. Nos indica una casa barata. No es un hospedaje, la señora nos mete a una habitación junto a un baño. Abajo están calentitos con un fogón que sirve de calefa y cocina.

Vamos con la señora a la fiesta. En un salón juegan niños con cara de indios a juegos universales con globos y al son de mi gitarrín. Dibujo a la señora, a su hija y a su nieta. Hay jóvenes con boina y niños con la cara quemada por el sol. Se ríen inocentemente.

Cenamos en un restaurante con WiFi cerca de casa, Rayén, que significa flor en mapuche. Es tarde. Nos ponen unas milanesas con unas ricas papas cocidas con una salsa que pica que rabia jodé, y tenemos que administrar en minúsculas cantidades. Me bebo una cerveza artesanal regional rica, pero con la chapa lisa.El dueño me da una clase sobre las cervezas industriales y las artesanales y de cómo en esta región están ricas gracias al agua.

Estamos solos con los dueños, que quieren irse a la piltra, y no nos podemos entretener. Nos vamos a casa. Allí llegó una jovencita de Barcelona que viaja a dedo y con tienda de campaña, y vino a la casa pues lleva varios días sin ducharse. Estudia Psicología en Santiago y vive en la Plaza de Brasil. Le hablamos del Chancho 6  y ella de los lindos lugares que nos deparan. Pero mucho mejor que todo esto, es ahora una buena cama.

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