Aquella vieja pastelería era un trajín insoportable. Había que hacer cola bajo la lluvia para llevarse unos pasteles de Belém y los múltiples salones no tenían ni una silla libre, y junto a aquellas ocupadas había gente de pié esperando que alguien se levantara, presionando. Decidí irme a la terraza de al lado. Me pedí un bocata con cerveza y mientras llegaba dibujé a Joâo, el jefe. Y luego a la simpática Andreia, que vino con el bocata. Todos se reían cuando veían sus retratos, luego vino André y Elisabeta, y Apareçida se salió a la terraza conmigo. Cuando vino Rufino ya habían llegado Eduardo y Javier. Creo que no quedaba nadie más. Me invitaron y me despedí hasta otro año, a saber cuándo!
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