Sueño que hemos tenido que volver a Madrid por equivocación. Desayunamos con un canadiense de Montreal. Viene buscando sexo. La señora nos hace las reservas por teléfono. Un bicitaxi nos lleva a la estación de Astro. Un señor se saca un reloj de bolsillo cuando entra el manisero vendiendo rico maní tostado con sal todavía calentito.
En la estación de omnibuses de Cienfuegos, que también es de tren, pillamos a un abuelo en motocarro que nos lleva a Punta Gorda por un dólar. Montamos atrás con las mochilas.
- Llévenos hasta el final, a la casa de Nápoles.
Resulta que Nápoles tiene la casa a tope, así que bajamos hasta la de Ana María, que llaman la catalana porque tiene muchos clientes de Barcelona. Es una casa colonial chula con un pequeño embarcadero en el patio desde el que se ve el restaurante Covadonga y el Hotel Jagua. La habitación es de altos techos de madera. Ana nos cuenta que fue la casa de sus padres antes de la revolución. Aquí se está en la gloria.
- Esta calle, es la más hermosa de Cienfuegos. Solo hay casas en una de las aceras y al otro lado una fila de palmeras y la bahía.
Vamos al centro en carretón de caballos por un paseo de casas de los cincuenta de colores pastel con nombres de ciudades cubanas: Camagüey, Santa Clara, Las Villas... Nos deja en Prado. Subimos a Coppelia, donde caen dos helados de banana split, con galleta molida por encima. El Bulevar San Fernando tiene las más hermosas tiendas. Variedades Cienfuegos con unos enormes mostradores de madera y una librería preciosa. Encontramos el Parque Martí recién pintado. El palacio del pueblo, la catedral, la casa de la cultura, el colegio de San Lorenzo y el Teatro Tomás Terry, nombre de un magnate venezolano, donde han abierto un bonito café teatro con un patio con una enredadera. El Palatino es un bar para turistas bajo los soportales con unas extrañas columnas amarillas con forma de ceiba.
Volvemos al Covadonga en carreta de caballos, frente al Palacio del Valle. Las nubes se empiezan a poner rojas. La terraza del restaurante y las casas de madera amarilla nos hacer pensar en La Louisiana. Esto se debe a que en 1819 llegó el francés emigrado a Nueva Orleans Louis Llouet, que creó un primer asentamiento. El ciclón Michel se llevó parte de estas casas.
Cuando llegamos a casa la mesa está puesta en el patio. La señora nos puso una vela, cubertería de plata, una crema de patatas, una ensalada de aguacate y una cerveza Bucanero. Me gustan los muebles de la casa, las lámparas y todas esas cosas que nosotros ya hemos destruido.
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