A pesar de que la pequeña burguesía intelectual haya invadido esta zona de Lisboa con sus tiendas diseñadas y desayune en los quioscos de su prado, existe allí una isla donde descansan melancólicas adolescentes enamoradas, chiquillos haciendo novillos, algún jubilado, filósofos de pueblo, mendigos tosiendo de ese mal tabaco que traen las colillas, algún camarero que se escapó y un viajero despistado. Es el ciprés legendario, que extiende sus ramas por el quiosco de metal convirtiéndolo en un templete natural, triste y acogedor, como una mamá pulpo. En silencio, esperando que un pájaro grandullón del otro lado del espejo oficie la misa.
Texto poético a condizer com aquela árvore que já assitiu a muita coisa.
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