jueves, 30 de octubre de 2014
30oct : a trinidad
Nos levantamos temprano. En la mesa un buen desayuno con café, frutas y huevos fritos. La chica tiene un móvil y dice que su novio llamó borracho. Visitamos el cementerio de Colón. La estatua de la Milagrosa, Amelia Goyri de la Hoz, es ya un símbolo. Una señora tosca con un niño en brazos agarrando una cruz. Su tumba está llena de flores, y la gente pide como a los santos de la iglesia y los palos. De allí al Castillo del Príncipe en un cerro cortado a tajo, por donde aparecen las grandes raíces de los ficus. Y luego en taxi a Viazul, que es la línea de autobuses con aire acondicionado pensada para el turismo a veinticinco dólares el billete a Trinidad.
Salimos con una hora de demora. Todos somos guiris excepto una chica a la que todos bacilan en la estación, en esta atmósfera tan cargada de sexo, con una raja tremenda en la falda. Me estoy poniendo nervioso, le dice el revisor
-Todos los hombres, de Pinar del Río a Guantánamo, siempre estáis igual.
-Yo estoy enamorado.
En los arcenes mucha gente sentada haciendo botella con una fula en la mano, bicicletas, mogollón alrededor de un bus averiado, familias enteras en moto, gente en los remolques de los camiones, tractores rusos. En la parada aprovechamos para fumar, mientras un presumido con coche saca un billete de cinco fulas para pagar a su chica un sandwich con cola. La naturaleza está exuberante, especialmente a partir de Cienfuegos, cuando el paisaje ya no es tan llano y aparecen la sierra de Escambray con sus pueblitos de casas de madera pintada de blanco donde los abuelos se sientan en el porche vigilando al negrito que juega por ahí. Las carreteras se hacen estrechas y difíciles, y hay que cruzar esos puentes despacio, sobre los ríos que llevan el agua de la sierra al mar. La gente se baña o pesca. Hay alguna playa entre rocas oscuras.
La estación de Trinidad está llena de buitres que ofrecen casas por diez dólares. Rob no está, una señora nos dice que vendrá más tarde. Nos ofrecen casas baratas con terraza. Cansados les decimos que ya tenemos reserva. Vamos a la del otorrino aplatanado del último viaje. Nos invita a café. Betty la histérica recuerda a Beni y los mocasines que le regaló. El patio está precioso. Nos cuentan la eterna cantinela de cuidado con quien os juntáis, esos prietos os pueden robar o llevaros por el mal camino. Tienen turistas en todas las habitaciones y nos mandan a una blanquita embarazada que nos cobra 15 dólares por una habitación sin aire acondicionado y nos hacen firmar que nos han cobrado diez. La blanquita resultó ser peor que los negritos. El robo al Estado es ya común. Todo el mundo trapichea, resuelve y abandona su trabajo. Esto llevará al país a la ruina moral. Pueden verse los autobuses nuevos de Viazul ya bastante sucios y deteriorados y el conductor trapicheando en los pueblos.
Rob está en su taller, con un peinado afro y su nariz a lo Dylan. Se ha herido una mano, le ofrezco un antiinflamatorio del cacho botiquín que llevo. Repartimos las cosas. Vamos a casa de Mat. Flipamos con su superordenador con escáner e impresora encima de esa mesa con mantel de hule. Rob se siente encerrado en la isla, dice que los cubanos no tienen futuro, solo pueden mirar atrás y reirse de su situación. Mat nos habla de los artistas cubanos repartidos por el mundo. Trabaja en su tesina sobre la cultura precolombina. Nos comenta que las grandes civilizaciones, mayas, aztecas, incas, conocieron la rueda pero no la usaron (solo en los juguetes de los niños), mientras mira si puede abrir los sidís que le trajimos.
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