domingo, 13 de abril de 2014
benaue y bus para manila
Desayunamos sandía y mango y subimos a la terminal de autobuses. Nos dicen que llegaremos a Manila a las tres de la mañana, que no hay problema, los hoteles abren las 24 horas del día. De camino al museo, paramos en una hermosa casa de madera con figuras labradas en las planchas de las paredes. Nos sentamos en el porche rodeados de macetas. La dibujo. Al otro lado se ven los tejados de chapa ondulada del pueblo.
Al rato sin que nadie aparezca, bajamos al Museo Beyer. Figuras de madera, cestería, bastones, coronas adornadas con plumas blancas y picos rojos de tucán, dioses del arroz y alucinantes fotos de 1919 de los ritos funerarios. Un descanso en el Tifany con vistas al valle, una sopa de verduras, pollo adobado y un ice tea granizado, sobre una mesa hecha de una sola pieza con la raíz de un gran árbol.
Al hotel llegan nuevos inquilinos de narices largas. Un motorista nos lleva a la estación. Tenemos nueve horas por delante hasta Manila. Es un autobús cerrado, con aire acondicionado. Nos sentamos en un banco mientras meten nuestras mochilas y unos sacos para Manila. Llegan guiris e intercambian fotos. A las ocho paramos a cenar sopa y oreja con vinagre. Nos quedamos helados con el aire. Ponen una peli en que Jordi Moyá hace de mafioso cubano en Miami, un narco muy católico que vive con su madre.
El doctor Henry Beyer dedicó sesenta años a la investigación de Filipinas, su gente y su cultura. Su interés apareció ante la vista de un grupo de ifugaos, negritos y moros en la exhibición filipina de la Expo Comercial de Louisiana de 1904. Después trabajó en el Departamento Filipino para las Tribus No Cristianas. Expuso su trabajo de investigación en un libro de 150 volúmenes titulado Philippines Ethnographic Series y ejerció cargos en el Departamento de Ciencias, en el Museo y la Universidad de Filipinas. Murió el treinta y uno de diciembre de 1966 y fue enterrado según las costumbres de los ifugao, en la cumbre de una colina en las montañas al norte de Luzón.
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