sábado, 9 de noviembre de 2013
tercer día en praga
Cuando uno desayuna lo mismo deja de tener gracia. Cogemos el X8 y luego un tramo abierto del metro hasta la Plaza de Wenceslao, en la estación Muzeum. Vemos su estatua ecuestre, los edificios modernistas, el famoso Hotel Europa, Nuestra Señora de las Nieves, la calle Národní , el tontódromo burgués, impresionantes los números 7 y 9, el edificio de cristal de la Nova Scena. Bajamos a los jardines de la Isla Eslava, la Galería Mánes, la torre renacentista, el puente, y el sol en la calle Rasinovo hasta cansarnos.
Un tranvía nos lleva al Monasterio de Emaús, donde un arquitecto puso dos agujas enroscándose. El siguiente tranvía tiene los asientos calientes y nos lleva a la Plaza de Ostrélovo, frente a la inmensa fortaleza de Vysehrad. Paseamos por sus jardines y sus iglesias de sv Martina, románica, pequeña y redonda y sv Petr Pavél con altísimas agujas góticas ya negras y su hermoso cementerio de gente ilustre con tumbas ilustres. Esculturas, chistes y un tejo cuyas raices abrazan el esqueleto.
Seguimos el río Moldava. Las casas cubistas de Josef Chochol en Libosiña 3 y Neklanova 30, esta última especialmente bonita por las sombras que el sol consigue a esta hora. Otro bus de asientos calientes a Rudolfinum. Frente al gran palacio nos tomamos una Gambrinus y cola con las tapas del hotel. Vemos una expo de Realismo Socialista Checo. Mucho Lenin, Estalin y Klement Gottwald. Escenas alentadoras, revueltas y mítines. Soldados solidarios, paisajes llenos de fábricas y una familia desnuda orgullosa se levanta junto a la ondeante bandera roja. Constructivismo y carteles flipantes.
Descansamos en la cafetería pasadita de rosca entre columnas corintias de madera. El camarero, vestido de músico de orquesta sinfónica, nos trae un café de puchero. Para mi gusto, esta ciudad está demasiado colocada y es demasiado limpia. No hay quien encuentre una chapa, y eso que la gente lleva la cerveza en la mochila y la bebe en los jardines; pero se la guardan para no manchar. Un inspector del metro nos pide el billete en la calle, no tiene ningún otro sistema de control. Llevamos un abono de siete días. Unas sudamericanas tratan de convencerlo de que solo bajaron a verlo.
En Nerudova, por Jan Neruda, edificios barrocos. Boris Yeltsin levanta una jarra de cerveza. En un local barato y bullicioso bebo mucha cerveza y en un restaurante a punto de cerrar comemos sopa de pollo, ensaladilla rusa y cerdo con chucrut. El camarero trae la cuenta en una carpeta de fuelle y le doy propina por mantener abierto para nosotros. Damos el último paseo y acabamos en el barecito de anoche. Nos tomamos unos cafés ya cansados de andar. Tenemos los ojos rojos y ni puedo leer lo que escribo.
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