viernes, 1 de noviembre de 2013
segundo día en estambul, en 2005
Amanece nublo. Cuando sale el sol se apetece un cigarrillo tras la cristalera mirando los taksis y los pequeños negocios callejeros.
Vemos los mausoleos de Suleimán el Magnífico y señora, Hürrem Haseki Sultan, Roxelana, con hermosos azulejos, en el jardín cementerio. Nos sentamos en un escalón de mármol al sol oyendo el agua y las plegarias de la gran Mezquita de Suleimán, de Mimar Sinan. En la misma Gloria. Hermosas páginas en el Museo de la Caligrafía.
De allí al barrio de Kücuk Pazar, cuestas y casitas de madera. Abajo hay una calle mercado de precios bajos con cunas de niños, balanzas de metal, cestos de la vendimia... Llegamos a la pequeña y bonita mezquita otomana de Rüstem Pasa, elevada por Mimar sobre el mercado para el gran visir y yerno de Suleimán. Tiene un patio cuadrado con soportales y en cada vértice una escalera que baja al mercado. Siguiendo el mercado se llega hasta el Bazar Egipcio (Misir Carisisi) o Bazar de las Especias, con miles de olores y montoncitos de colores, de tés y especias, flores, frutas. Aquí se usa el regateo.
Un potaje de garbanzos rojos nos llama desde un restaurante. Beni pide cordero con patatas y compartimos unas berenjenas rellenas. Riquísimo todo. Una calefacción nos recupera. Unos tés turcos, mientras el jefe trata de hablar español. Un doh, un doh, dice para demostrar que se sabe los números. Al pedir la cuenta se descubre como un Robelio que quiere cobrarnos 24 millones de libras. Le digo que es muy caro y me rebaja un millón. Me río y le digo que avisaré a la policía. El encargado convierte los ochos en cincos, se señala las sienes y dice que es un error de cálculo. Malos musulmanes.
Atravesamos el Puente de Galata. Tiene dos partes fijas en ambas orillas y otra elevadiza en el centro, para que pasen los barcos. Arriba está la torre. También los barcos a Asia salen de aquí. Hay muchos pescadores con cañas, una cola de hombres recogiendo la comida que se da a los pobres después del ayuno, y un chaval guapo al que le falta la pierna derecha que camina agachado con la pierna izquierda y el brazo derecho con la mano metida en un zapato. Seguimos la línea tranviaria hasta la estación, muy bonita, con arcos de herradura y vidrieras redondas. Hay un restaurante pretencioso llamado Orient Express con un espectáculo de giromantes pasando el trance de conseguir dólares y una tetería tranquila y silenciosa donde bebemos té sobre unas banquetas. Hay viajeros leyendo libros, fumando, alguien trenzando pulseras y una señora mayor que ya ha enloquecido. Cuando el asiento junto a la calefacción queda libre, enseguida lo ocupan. El tiempo se para sin tráfico y llega la paz.
En el Yildiz café tomamos leche hervida que me lleva a la huerta de mi abuelo (oh ese olor!) con una empanada y cogemos el tranvía que va a Taksim y luego otro que baja a la orilla del Bósforo hasta la mezquita barroca de Nusretiye, rodeada de teterías con narguile y, más adelante, un palacio que solo vemos desde fuera.
Beni se apalanca frente a la tele en la habitación y yo salgo un rato. Le compro un champú al robelio de la esquina y acabo en un café a tope de hombres que juegan a las cartas y el dominó. Logro sentarme en una banqueta fuera de las mesas. Al verme dibujar, bromean a mi costa. El de las gafas de culo de vaso quiere que lo dibuje. En la calle me hacen un zumo de granada con esa máquina. El Billar Salonu está vacio, lástima, y los birahanesi, bares con cerveza, no tienen chapas por el suelo.
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