Me quedo sin páginas en el cuaderno y tengo que meterlo todo con calzador. Duermo de un tirón y bajo a desayunar a la pastelaria Flor de Imperio, muy animada. Un galao de máquina y un pastel de nata con Margarida. Hemos quedado en el Mirador de Graça con Ricardo. Mientras esperamos, dibujo las vistas. Un café con Ricardo y luego los dos nos vamos en el eléctrico 28, un tranvía que nos da una vuelta muy interesante por Lisboa. Bajamos en la Iglesia de los Praceres y su cementerio. Hay un terreno reservado a los bomberos voluntarios.
Mi abuelo estuvo enterrado aquí, me dice orgulloso Ricardo. Nos vemos aquí con Margarida y Eduardo, que se pierde con su cuaderno. Hay unos iconos chulos en las tumbas como si de un catálogo se tratara y hubiera que distinguir el tipo de difunto.
Nos tomamos unos pasteles en Belén y luego nos acercamos al Tajo a tomar el sol, junto al Monumento a los Descubridores. Me hablan de la música pimba, música hortera, de pachanga. Subimos al barrio de Mariana, a la capilla renacentista circular de Santo Amaro, con contrafuertes en el exterior y piernas y brazos por doquier en el interior. Una señora nos explica que un albañil se rompió un brazo y una pierna en la construcción de la capilla, pero le fue curado de forma milagrosa. Las escalinatas al río reproducen un barco. Los aviones vuelan bajo. En uno de esos partiré dentro de un rato. Es por eso que ya nos despedimos.
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