jueves, 26 de septiembre de 2013
porto covo, vilanova, odemira, zambulheira
Enseguida desaparecen las nubes. No tenemos ningún plan. A Beni le apetece quedarse y tomar el sol. En Vilanova lo tomamos, al otro lado del río, donde no hay casi nadie. Comemos ensalada y porco alentejano. Rico. Luego una bica de café.
Odemira, a unos 33 kms. al sudeste, en lo alto de un monte, se accede por un puente de hierro. Caminamos por un paseo de madera a la orilla del río. Todo tiene un encanto especial, como si el tiempo se hubiera parado hace unos cuarenta años. Las casas mal arregladas con grandes plantas, algún girasol, palmeras, huertas y animales. Me siento atraído por este mundo, cerca. En el cabo de Sardâo un faro y un campo de fútbol rodeado de acantilados (no podrán chutar muy fuerte) y dos marquesinas de autobús para los equipos visitante y local. Todo acantilados y rocas donde rompen las olas. Pescadores escalan con grandes cañas, dejando las siluetas de las motos junto al abismo, con los motores protegidos con sacos de plástico. De este pueblo era Damiâo, o Damiano, tratadista de ajedrez del siglo XV que inventó algunas jugadas como el Gambito de Damiano o la defensa portuguesa.
En Zambulheira, un pueblo pequeño, encontramos esa plaza llena de bares que buscábamos en Vilanova, y está aquí porque aquí ya hemos estado alguna vez. La marea está baja y deja ver una playa inmensa, preciosa, con rocas negras que rompen la planicie de arena. Nos sentamos frente a la puesta de sol con unas cervezas. La hora feliz se dilata hasta que el sol se zambulle y, de golpe, se hace de noche. Enguarrino las páginas con cerveza y acuarelas mientras Compay Segundo canta detrás de la ventana, y espero que se sequen fumándome un SG y mirando a los paisanos lucir sus gorrillas negras.
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