Compro jamón, lomo y cecina para el viaje en una tienda que envasan al vacío. También una botella de aceite de oliva para darles una alegría a mis sobrinos porteños.
No apetece nada entrar en un avión que me albergará doce horas con esta resaca. Es un Jumbo 747 de dos pisos. Un poco antiguo. Los monitores son comunes y uno no puede seleccionar sus películas. Beni pilla ventanilla, al otro lado tengo una argentina judía que viene de Israel. Me habla de un amigo que luchó en Las Malvinas y se suicidó con su propio arma. Mientras rellenamos los papeles de la Migra, nos llega la cena. Después fundimos a negro.
¿Qué sería de nosotros 12 horas de vuelo sin cuaderno?. ¡Buena antesala de un viaje que promete!.
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