Se hace una lumbre y la miramos crecer mientras oímos la lluvia. Cogemos ajos tiernos de la huerta y les robamos unos huevos a las gallinas. Quemamos las trébedes y las colocamos sobre el fuego y, encima, una pequeña sartén con aceite de oliva. Echamos los ajetes limpios de la capa exterior y todo lo verde, y partidos por la mitad a todo lo largo, excepto los más finos. Después echamos un trozo de guindilla seca picada y, por fin, se estrellan los huevos y se revuelven con los ajetes no demasiado sofritos. Se abre un tempranillo manchego y se echan unos buches mientras se pica en la sartén y se habla de cosas sin importancia. No falla nunca.
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