viernes, 15 de marzo de 2013
con los madrileños en buenos aires
A pesar de acostarnos tarde, me levanto a mi hora como un reloj. Ducha, desayuno y paseo mientras Beni duerme como un lirón.
Voy al Parque Lezama a pasar la mañana. Casa de Esteban Luca, solar de French, taller del pintor Carlos Pallarols, pasaje de la Defensa, Museo de Arte Moderno (de obras, como todo), Fundación San Telmo, El británico y enfrente el Hipopótamo (con la escultura de un hipopótamo blanco) y el Parque. Se está muy a gusto, mientras un grupo de argentinos haciendo aerobic con reguetón y otro hace taichí. A las diez es el oficio en la iglesia ortodoxa rusa. Me meto y me apalanco discretamente atrás mientras dibujo al curón con sotana y barba sin bigote arrastrarse por el suelo en señal de reverencia y las jóvenes con velo responder cantando al soniquete de la voz misteriosa del otro lado.
Voy al hotel. Un cigarrito en el patio fresquito (hoy hace más calor). Después llegan los de Madrid y nos vamos a Boca. Les doy un buena vuelta. Casitas de uralita pintadas de colores, tanguistas y cientos de turistas comiendo. Recorremos el caminito y luego vemos el Proa, un trabajo impresionante de arquitectura que no contiene nada. Carnaza para los turistas que no sólo viven del tango. Volvemos en taxi y comemos en El Desnivel, un restaurante popular, que Isabel encontró en internet, con fama de buenas empanadillas. Una lengua a la vinagreta que no llega al nivel de la de Posadas y bife de lomo que no falla con una de a litro. Alfonso se pide vino y ellas agua. El café en uno de los que le gustan a Isabel, allí está un presentador de esos malos de programas del corazón de España.
Los llevo al Pasaje de San Lorenzo. Otra vez lo mismo: Viejo Almacén, Casa Mínima y el Zanjón de Granados. De aquí derechicos a la siesta, que a las 6 juega el Ral Madrí. Pregunto al portero donde podría verlo. Lo he despertado de la siesta, no está pa ruidos.
A la hora de la cena vamos a la Asociación Japonesa, en la calle Independencia 732, que tiene una clientela auténticamente japonesa y televisión japonesa por satélite. Es el comedor Nikkai, que recomiendan las críticas que Isabel consiguió por internet. Por los altoparlantes oímos a una niña japonesa con un chorro de voz apabullante. La sopa con tempura de verduras, el maki, el sushi y el sasimi están exquisitos, si bien aquí no hay atún, el salmón está especialmente rico así como el lenguado. Disfrutamos como enanos, especialmente después de tanta carne, a un precio razonable.
Bajamos por Chacabuco y visitamos el Teatro Margarita Xirgú, que es un centro catalá. Una sala pequeña semicircular con palcos muy bonita y recogida, una bombonera, y una cafetería agradable. En una chimenea, un San Jordi de bronce, que imita a los dioses griegos, acaba con el dragón sin apenas despeinarse.
La cosa se complica con el bocalibre, no anda el país sobrado de ginebra y, después de muchas vueltas, acabamos en un garito de música en vivo (aunque el artista parece estar muerto) que sólo puede despacharnos ron con Sprite. Charlamos entre aplausos y voces del amortajado brasas que, en su agonia, se queda la clara, la entrañable transparencia sin ninguna gracia de su pestosa presencia. Alfonso insiste en lo pesado del cadáver y canturrea lo que para él es una canción alegre, que es algo así como una canción irlandesa de borrachos bailantes. Entonces hablamos de la música que nos gusta y que no nos gusta sin otra cosa mejor que hacer.
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