lunes, 21 de enero de 2013
tundirama y carimanga
Nos despierta el gallo. Siempre oímos el gallo de un vecino, éste está al otro lado de la pared. La señora trajina en la cocina. Salgo fuera. Estamos en una especie de balcón. En un bosque con mucha pendiente han hecho una pequeña esplanada para hacer la casa, de modo que hay un pequeño patio por donde pululan las gallinas y el gallo cabrón, pero está cortado un metro más allá con unos tres metros de caída, por donde pasa el camino.
Aunque hay niebla, hace una mañana extraordinaria, me siento feliz. Dibujo a las niñas en pijama, enseguida tendrán que ir al cole. Maira es la más guapa. Tienen el pelo muy largo y las zapatillas rotas. Sale Beni y también el sol. Entre las nubes aparecen un montón de montañas. Por la cuesta sube Don José con dos cabritas, las ata a un palo. Tiene un terreno más arriba donde las lleva diariamente a pastar. Café con leche y sol. Mojamos pan dulce. Las pilas se ponen a tope.
A las once llega Antonio. Come algo y nos monta en la camioneta: vamos a ver a Mami a Carimanga. Caminos de polvo, gente montada a caballo y rancheras que son unos camiones con un remolque de madera con varias filas de banquitos como los trenes turísticos; es el medio de transporte en estos barrios donde las casas están muy dispersas. Antonio quiere comprarse una ranchera para vivir de ella. Mientras habla nos enseña los aguacates, las papayas, los guineos, los secos. Para en casa de la señora Neli, a quien le trae dos sacos de cemento. Es una mujer muy simpática, gordita y con la cara roja. Cuando nos abre la puerta, se le escapan unos chanchos con grandes lunares negros. Tiene una casa preciosa, con un gran porche con columnas de madera y muchas macetas. Allí tiene tendida la ropa y el perro. Delante, un árbol grande que llaman lerón, con las raíces al aire. En ellas nos sentamos para comernos unos mangos, lavados en el grifo, que nos trae la doña. Maduritos qué ricos. Antonio se los come con cáscara. Nosotros la abrimos como un plátano y la doña nos enseña el árbol, tan lleno que se le cae el fruto. Pero nosotros sólo vemos el chancho de más de quinientos kilos que apenas puede levantarse, haciendo terribles ruidos con la boca. Miramos ese semental con la boca abierta, como el que ve un mito viviente. Antonio nos dice que él hará una casa tan bonita como esa mientras arranca. Vendréis en febrero, entonces os hospedaré en mi casa y luego os enseñaré el país. Aquí, en febrero cogemos todos las vacaciones. Se le cae la llave de contacto, pero una vez arrancado da igual, el coche sigue funcionando.
En Carimanga, Antonio nos enseña el peñón de Ahuaca, pura piedra, perfectísimo para escalar. Su mami vive en San Sebastián. Saludamos, la mami está en la cocina con su hermana y una vecina dando vueltas a un perolo en la lumbre. Es una casa de barro y tejas, con porche de columnas de madera. Sin comodidades: suelo de tierra, la cocina llena de hollín (no hay chimenea) y los animales deambulando entre las personas. Comemos gallina de corral con arroz, rapidito para subir una montaña.
Antonio monta a su prima Pastora atrás y subimos al Tuntún por un camino difícil. Arriba hay unas vistas impresionantes. La prima resulta graciosa tan bajita y gorda con el sombrero, del que sale una trenza, sus piernas delgadas y un machete en la mano. Grita desde atrás: ¡cascarilla, para! Corren hacia un árbol, del que sacan su corteza. Nos la da a chupar. Antonio se mete un trozo en la boca. Es buena para los huesos y para los dientes, y muchas cosas más.
Los vecinos juegan al bolei entre la niebla. Antonio nos presenta a sus primos, gente que estuvo en España y volvió. Esas casas grandes están hechas con euros que nos mandan. Enseguida compran terrenos y se hacen la casa. Los invito a unas Pilsener. Mami no está bien, tiene ochenta y tres años, se olvidó de preparar el cuarto. Nos pregunta siempre lo mismo: ¿qué hora es en Madrid? Mi hija estará allí durmiendo.
El cuarto tiene las paredes de barro y las tejas como techo. El suelo es de tablones irregulares. Hacemos la cama con nuestras sábanas y colgamos la mosquitera. El retrete está en la calle y el lavabo es un grifo sobre una poceta llena de plantas. El cielo admira de tan cerca, de tantas estrellas titilando. Ustedes viven en el cielo, le digo a Mami, que no para de poner trapos para tapar la ventana que da a su cafetal. Boca arriba en la cama, pienso en el negro estrellado tras las tejas, y yo formando parte de él.
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