martes, 25 de septiembre de 2012
mera servesa en guanajuato
Amanece en Casa Kloster. El sol entra en el patio despertando trinos y plantas. Me siento en un sillón a dibujar mientras Beni duerme. Los huéspedes se levantan tarde. Se está tan bien que hemos decidido quedarnos otra noche.
Salimos a la calle. Un grupo sentado en la escalera de la Basílica dibuja la Plaza de la Paz. Casa Valadez y el casino en el Jardín Unión. Vamos al de la esquina, más barato y con más gente que los elegantotes. Los mexicanos toman café y platican tranquilamente. Revueltos de jamón con café mexicano. En la Basílica hay muchas ofrendas a un monje libanés que da miedo verlo, el marolita San Chárbel Makhlof, patrono de cuantos sufren en cuerpo y alma. Subimos andando al mirador del Pípila por calles estrechísimas, algunas no llegan a un metro, y escalonadas. No hay cochecitos de niños, los llevan atados, colgados o en brazos. Una brigada se pasa el día recogiendo perros callejeros con un lazo de acero. Alucinamos con las funerarias, donde venden cajas de todos los tamaños y chuches para los niños.
Hacia el Oeste, la ciudad se va haciendo más pobre y menos turística. Las casas están pintadas con colores fortísimos, directamente sobre los ladrillos macizos que aún usan para la construcción. Tenemos sed, pedimos agua a una señora que está sentada en un patio. Nos saca una cerveza y una coca cola que nos bebemos sentados al fresco, junto a unas sábanas blancas llenas de flecos de purita vejez. Es una señora gorda y agradable, de pelo blanco, que usa una muleta casera, artesanal. No me deja fotografiarla. Nos pregunta de dónde somos y si hemos visto las famosas momias y el callejón del beso. Nos imponen mucho respeto los muertos, le digo. Tiene dos inseparables en una jaula. Si uno se muere, el otro también, le digo. Ya murió la cotorrita y le trajeron otra.
Nos vamos con el griterío de los muchachos hasta el Jardín Unión. Los músicos tocan boleros. Parece que estuviéramos en Cuba. La gente baila alrededor del quiosco hasta que se hace de noche. Entonces sólo quedan las lindas velitas de los guiris que cenan en el Hotel Luz. Los mariachis nos destrozan los oídos con esa trompeta que arruina el estéreo. Los chavos bailan un zapateado moderno en una máquina donde ponen canciones por unas monedas.
Seguimos la senda de los estudiantes hasta una plaza donde una batería redobla su tambor y una flauta pita, mientras una chica danza de una manera extraña. El xilófono suena como una fuente de agua, entonces cantan un flamenco espantoso. Soy Fedra, dice ella, y se pone a cantar. En la Plazuela de San Fernando, entramos en un libro-bar con oferta de cervezas, libros amontonados, muebles reciclados y bonitas baldosas de cemento hidráulico. Nos vamos cuando la vecina se pone a dar la brasa con el rumble rumble yo salgo con chicos para aprender idiomas para ti todo es barato rumble mil dólares nada para ti rumble rumble brasa que te abrasa a la uña Capiro que vienen los del Moral.
Muchos recuerdan por aquí a Emilio Butragueño, que fue fichado por el Club Celaya, junto a Hugo Sánchez, para la temporada 95-96, y en él permaneció hasta el año 98.
Pasásteis un buen día, se nota en los colores y en la expresión de Beni. Os seguiré en la maleta, impaciente
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