sábado, 22 de septiembre de 2012
de la barranca del muerto a la casa de trotsky
Una vuelta por el sur de la Ciudad de México, lo que fueran las poblaciones de San Ángel y Coyoacán (el lugar de los coyotes), a diez kilómetros del centro histórico, que recorremos en metro.
San Ángel fue Tenanitia (frente a las murallas), haciendo referencia a las murallas de basalto creadas por el volcán Xitle. Hoy es una bonita colonia llena de casas coloniales y haciendas. Bajamos Revolución hasta Altavista, que subimos hasta las casas estudios de Diego Ribera y Frida Kalho, con un muro a la calle hecho de cactus. Son dos casas funcionales, al estilo Le Corbusier, una roja y blanca, y otra azul, totalmente inusuales en los años treinta. Dos cubos luminosos con el bajo abierto y unidos por una pasarela, para vivir separados y juntos a la vez. Impresionante el estudio de Diego, con una pared de cristal y con todo el ambiente real de uso, con sus pinceles y la decoración de esqueletos populares y figuras precolombinas de cerámica. Aquí vivieron sólo cinco años, hasta su separación. Diego volvería al estudio después de la muerte de Frida.
Recorremos las calles empedradas del barrio. Hay casas muy bonitas encaladas, pero también mucha valla. El bazar de los sábados es una especie de mercadillo para ricos o turistas. Muy buenos artesanos y pintores. El convento de San Jacinto es tan sencillo que se está muy a gusto. Tiene un claustro silencioso que rompe con toda la riqueza del exterior. Pero ellos han apostado por la Iglesia del Carmen, su convento y hospital, un recinto inmenso con cientos de pinturas, huerto, momias en la cripta (bien conservadas por el clima y salinidad) y un museo que da dolor de cabeza.
Seguimos por el Parque de la Bombilla, con un horroroso mausoleo dedicado a Obregón con una bandera gigante. Salimos entrando a otro mundo: Las plazas de Federico Gamboa y Chimalistal, a ambos lados de una capilla, donde descansamos viendo cómo la interpretan unos acuarelistas. Sale una boda y desenrollan una alfombra roja que nos echa del recinto. Francisco Sosa lleno de galerías. El Jardín Hidalgo a rebosar. Puestos apiñados de artesanía. Gente bailando al ritmo de los tambores. Falsos aztecas encendiendo bloques de tabaco y, en medio, un payaso lanzando el diábolo.
Allende hasta Londres, donde está la Casa Azul de Frida Kalho y su alucinante colección de exvotos con escenas pintadas sobre chapas metálicas. Más de dos mil expuestos en las paredes de la escalera, con apariciones de la Virgen y ofrendas pintadas por la gente del pueblo. Sus diarios pintados y escritos sin ninguna medida. El jardín resulta angustioso. Oigo hablar por primera vez de los fridos, que copiaban los murales de las pulquerías para Frida y terminaban los cuadros que ella sólo esbozaba.
Un poco más arriba, la casa amurallada de León Trotsky, con el despacho intacto donde fuera pioleteado por el comunista estalinista español Ramón Mercader. Aún quedan los impactos de bala del tiroteo de Siqueiros y la tumba de Leo y Natalia, con la hoz y el martillo cruzados y una bandera roja. Pienso que nunca podrán salir de la casa convertida en cárcel de sus años sombríos, siempre perseguidos por el sanguinario Stalin.
Cansados, cogemos un pesero hasta Copilco. Allí nos sentamos en un quiosco de alambres, que son unos deliciosos sofritos de chile, cebolla y carne, que comemos con unas tortitas. Mientras dos chavales comentan lo que engorda y lo que no, sobre la dieta y la obesidad (un tema recurrente y constante en el DF) nosotros nos sentimos de verdad a gusto. Sin ningún remordimiento.
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