martes, 28 de agosto de 2012
tribus de victoria
Aquí estoy, en el Spirit of British Columbia, tomándome un café mientras pintan y limpian el barco en pleno viaje, como si los viajeros importantes vinieran en el siguiente turno.Aún me aparecen imágenes de mi última pesadilla, en que cogía un camino equivocado en el bosque, cada vez más tumbado, como una babosa, en la maraña de abetos, cedros rojos, helechos gigantes y musgo.
Me instalo en el hostel de Vancouver Downtown, en una habitación de cuatro camas. Cocinas y frigos industriales, 14 mesas. Una llave magnética abre la habitación. Ya instalado, me voy a la playa. está llena de gente valiente al sol que hasta se baña con este fresco. Recorro Stanley Park. Georgia, Granville, Water. El reloj de vapor pita las cinco de la tarde y echa humo por sus cinco chimeneas. Caen cervezas con patatas. El jardín chino está lleno de yonquis, en el estanque se pinchan. Indios machacados dormidos en los bancos. Robson baja a tope. Bailan dixie en la calle, y también venden ropa. Parece una ciudad para vivir, para pasarlo bien. Ceno en un sushi. A la una, oigo jazz en Pacific Centre. Ella canta como los ángeles. En la acera juegan al ajedrez dos jóvenes con el pelo amarillo. Los negratas llevan pantalones grandes y caídos, las gorras con la visera atrás. Los barbudos del pelo largo se hacen trenzas, llevan la ropa ancha y sandalias. Las asiáticas de uniforme y en grupo. Los más colgados son los punklis, los vaqueros trasnochados, los neorománticos y los pijos rubios repeinados. Todos, todos juegan en este show.
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